Por Fabio Pérez
Riesgos de beber agua hay más de los que uno se imagina. Por ello, tener fácil acceso a líquido de calidad es un importante asunto de salud pública.
No sólo eso, una gestión eficiente de los recursos hídricos puede impulsar el crecimiento económico de un país, siempre que vaya aparejada de una mejora de la infraestructura de abastecimiento y saneamiento de líquido.
Un abasto de agua sana también contribuye a reducir la pobreza.
Cabe mencionar que todas las personas tienen derecho a que las tomas domiciliarias proporcionen un fluido salubre y de una calidad aceptable.
A últimas fechas, sin embargo, cumplir con el abasto se vuelve más y más difícil en varias zonas del mundo.
¿Por qué hace diferencia el acceso a líquido potable?
Para empezar, porque facilita la higiene personal y ésta previene diarreas, infecciones respiratorias agudas, males tropicales y muchas afecciones más.
La situación actual no llama al optimismo.
Alrededor del mundo hay al menos 2 mil millones de personas que obtienen el líquido de fuentes contaminadas con heces.
Esto representa un riesgo importante para el bienestar de esa gente; no sólo abre la puerta a diagnósticos diarréicos, también a padecimientos de mayor calibre: cólera, disentería, tifoidea, poliomielitis…
La escasez es un desafío y, probablemente, resolverlo será cada vez más complicado a consecuencia de diversos factores entre los que destacan el cambio climático y el crecimiento poblacional.
Antes de la pandemia, en los países con menos recursos apenas la mitad de las unidades sanitarias tenían acceso a servicios básicos relacionados con el agua.
El 37 por ciento contaba con servicios básicos de saneamiento y apenas el 30 por ciento tenía instalaciones adecuadas para la gestión de residuos.

EQUIPAJE INDESEABLE
El agua contaminada con microbios que llega a los hogares puede provocar diversas afecciones.
Se estima que el fluido sucio es causa de 485 mil muertes por diarrea cada año.
La cifra asciende a cerca de 829 mil defunciones si al consumo de líquido insalubre se añaden factores como un saneamiento insuficiente o una mala higiene.
A lo anterior hay que añadir el asunto de los riesgos químicos (arsénico, fluoruros, nitratos) presentes en líquido de baja calidad.
Contaminantes provenientes de productos farmacéuticos o pesticidas, y los microplásticos son otros motivos de preocupación.
Del lado bueno del espectro, mediciones sobre la calidad del recurso indican que se ha avanzado en un indicador importante.
En 2020, el 74 por ciento de la población mundial utilizaba un servicio de suministro de agua para consumo humano gestionado de forma segura.
Sin embargo, persisten las desigualdades socioculturales, económicas y geográficas relacionadas con esta sustancia.
La inequidad está presente no sólo al comparar la disponibilidad de líquido en zonas rurales y urbanas; al interior de las ciudades también existen áreas privilegiadas y zonas donde brilla por su ausencia. Personas que viven en asentamientos informales, ilegales o de bajos ingresos, por ejemplo, suelen tener un menor acceso a fuentes fiables de abasto.
Si no hay servicios de agua y saneamiento, o si estos son insuficientes, o si existen en buen número pero están gestionados de forma inapropiada, aumentan los riesgos de beber agua, o dicho de otro modo, enfermar de causas que son totalmente prevenibles.
En un asunto relacionado, la infraestructura hídrica adecuada marca diferencia a la hora de brindar atención clínica en un centro de salud.
Si pacientes y profesionales clínicos están expuestos a servicios deficientes en materia de recurso potable, los riesgos de infección y enfermedad son mayores.
Alrededor del globo, según la Organización Mundial de la Salud, 15 de cada 100 pacientes hospitalizados contraen algún mal durante su estadía en las unidades sanitarias.
El problema es mayor en naciones de bajos ingresos.

RIESGOS Y ACCIONES
La diarrea es un mal sumamente prevenible.
Cada año podrían atajarse cerca de 297 mil defunciones de niños menores de cinco años si se resolvieran factores de riesgo relacionados con el acceso a líquido de calidad y el saneamiento.
Sucede que en sitios donde el agua no se consigue fácilmente, lavarse las manos no es prioridad para muchas personas, lo que aumenta la propagación de afecciones.
La diarrea es de las consecuencias más frecuentes asociadas con los riesgos de beber agua.
En 2017, más de 220 millones de personas requirieron tratamiento preventivo contra la esquistosomiasis, una enfermedad tan grave como crónica que es provocada por lombrices parasitarias contraídas por exposición a agua infestada.
Los insectos que viven o se crían en depósitos de líquido son otra fuente de padecimientos.
Portan y transmiten enfermedades como el dengue.
Algunos de esos insectos se desarrollan en agua limpia. Tambos, depósitos y pilas domésticas les sirven como lugares de cría.
Cuando el recurso proviene de fuentes de abasto mejoradas y más accesibles, se reduce el gasto sanitario de las personas, sus probabilidades de enfermar bajan y, como gastan menos tiempo y esfuerzo en consultas médicas, pueden ser más productivas en otros ámbitos de su día a día.
CONTRA LA ESCASEZ
Hacer frente a la escasez de agua de calidad es un desafío emparentado con el de alcanzar la cobertura universal de salud.
Exige soluciones relacionadas con el crecimiento poblacional, los cambios demográficos y una urbanización que contemple sistemas adecuados de abasto de líquido.
No es difícil prever que las fuentes de abastecimiento para consumo y para riego seguirán evolucionando.
También es prácticamente un hecho que cada vez se usarán más aguas subterráneas y galones de fuentes alternativas, como las plantas tratadoras.
El cambio climático, se estima en la comunidad científica, causará importantes fluctuaciones en la cantidad de agua de lluvia recogida.
En síntesis, la gestión de recursos hídricos tendrá que mejorarse para garantizar al abasto y la calidad de la sustancia.
Cuando es de calidad, este recurso es un aliado de la salud; cuando no, los riesgos de beber agua son promotores de muchas afecciones.