Por Fabio Pérez
El binomio conformado por inteligencia artificial y salud genera enormes expectativas.
Es fácil deducir que harán una contribución enorme para mantener sanas a las personas.
Su potencial para mejorar la asistencia sanitaria y la calidad de las medicinas, así como ayudar a millones de individuos, es abrumador.
Sin embargo, existen inquietudes acerca del modo en que la IA debe ser implementada en el terreno práctico.
Quienes advierten sobre usos indebidos, que pueden acarrear daños a los pacientes, demandan que la ética y los derechos humanos ocupen un lugar eminente desde su concepción.
¿Cómo aumentar los beneficios de la IA en el ámbito clínico al tiempo que se minimizan los riesgos y escenarios indeseables?
El camino para responder a esas preguntas apenas empieza a recorrerse.
AYUDA INFORMÁTICA
En países de altos ingresos, recurrir a redes neuronales programadas con fines médicos ya permite detectar afecciones con mayor velocidad y precisión.
El diagnóstico temprano facilita brindar cuidados clínicos adecuados.
Del otro lado, los países con escasos recursos, se espera que introducir esos programas informáticos contribuya a expandir la cobertura sanitaria.
Esa sería una excelente noticia para muchas comunidades rurales.
Muchos enfermos de poblaciones aisladas tienen dificultades para acceder a la asistencia sanitaria.
Más bondades de la IA se aprecian en el terreno de la investigación, en el diseño de medicamentos más seguros, por ejemplo.
En el plano social, las redes neuronales se perfilan como auxiliares valiosos a la hora de ejecutar intervenciones de salud pública.
Apoyarían, por ejemplo, en la gestión de los sistemas de salubridad y en la respuesta a brotes de algún virus.
En un plano más personal, el del paciente, se considera que gracias a ella los aquejados tendrán mayor control sobre la forma en que reciben atención clínica.
Entre otros beneficios, la inteligencia artificial les ayudará a comprender mejor los cambios en sus necesidades.
Eso hará más efectivo el tratamiento médico.
¿CONVIENE O NO?
Aunque tiene todo para convertirse en un parteaguas en la práctica médica, no conviene sobrestimar las ventajas de la IA.
Si impulsarla significa mermar recursos asignados a estrategias básicas cuyo objetivo es alcanzar la cobertura universal, los beneficios no son tan claros.
Cuando se trata de inteligencia artificial y salud, hay amenazas a la vista:
a) Que se haga un uso poco ético de los datos privados de las personas.
b) Que haya pacientes afectados por sesgos en los algoritmos.
Otro aspecto que deberá trabajarse es la ciberseguridad de las plataformas virtuales diseñadas para el cuidado de la salud.
Un asunto más llama reflexionar sobre la forma en que se desarrollan estas redes neuronales.
Su aparición, y posterior despliegue, suele deberse a inversiones de los sectores público y/o privado.
De ahí que se tema un uso no regulado de la inteligencia artificial.
Esa falta de controles podría subordinar los derechos e intereses de los aquejados por algún mal, incluso de comunidades enteras, a los intereses comerciales de empresas tecnológicas o gobiernos.

RIGOR CLÍNICO
La inteligencia informática aplicada a fines sanitarios debe ser programada de modo que refleje la diversidad de entornos socioeconómicos y las opciones de asistencia médica.
Un sistema entrenado a partir de datos de individuos que viven en naciones de ingresos elevados difícilmente proveerá soluciones apropiadas cuando aborde los problemas de poblaciones de escasos recursos.
En la trinchera clínica, los profesionales de la medicina y los cuidados deberán recibir capacitación para adecuarse a ese escenario que combina inteligencia artificial y salud.
Esto significa que millones de agentes clínicos necesitarán alfabetización digital.
En otros casos habrá que iniciar un proceso de readaptación profesional (en caso de que sus cometidos y funciones sean automatizados).
El ego médico también deberá ajustarse a la idea de lidiar con máquinas.
La IA, en un momento dado, puede poner en entredicho su poder de decisión.
Proveedores y diseñadores de programas inteligentes son actores que deberán acercarse mucho al ámbito clínico con miras a desarrollar productos adecuados, sujetos a preocupaciones éticas y de derechos irrenunciables.
El escenario ideal de la convivencia con una IA preserva la autonomía del ser humano.
En él, las personas son dueñas de los sistemas de atención y de las decisiones médicas.
Se preserva la privacidad y la confidencialidad de la información.
Los pacientes dan su consentimiento, uno bien enterado, y todo el proceso está protegido por marcos jurídicos debidamente afinados.

DEBATE NECESARIO
Directriz básica para mejorar la combinación de inteligencia artificial y salud es publicar, o documentar, información suficiente desde el momento en que se plantea su existencia y, con mayor razón, ya cuando entra en funcionamiento.
Hay que propiciar debates sobre la forma en que debe desarrollarse y sobre el uso que debería hacerse de ella.
Otro punto a discutir sería el de los indicadores para medir en la práctica la calidad de los servicios que presta.
La responsabilidad y la rendición de cuentas son temas de los que no deben escapar las inteligencias inhumanas.
De ahí la necesidad de instaurar mecanismos para que individuos y colectivos perjudicados por decisiones basadas en algoritmos sean capaces de hacer cuestionamientos y, en un momento dado, obtener reparación por el daño producido.
BONDADES A LA VISTA
La suma de inteligencia artificial y salud permite abordar desde otras perspectivas el combate contra la enfermedad.
Sin ir más lejos, gracias a la IA se facilitó la investigación de compuestos para combatir la COVID-19.
Cuestión toral es velar para que las neuronas informáticas sean empleadas en condiciones propicias y que estén a cargo de ellas actores debidamente capacitados.
Las bondades que traerá su uso, se anticipa, incluyen mayor inclusividad y equidad de los sistemas sanitarios.
Una IA aplicada al ámbito clínico debe ser concebida como medio para cuidar mejor de las personas, con independencia de características como edad, sexo, nivel socioeconómico, raza, etcétera.
Sin embargo, no todo será coser y cantar.
Empresas y gobiernos deben diseñar planes contra trastornos que surjan en los centros de trabajo (las unidades de salud) a raíz de la introducción de estos programas.
Esos planes deben enfocarse a puntos precisos como la formación que requieren los agentes clínicos para familiarizarse con las neuronas digitales o las posibles pérdidas de empleos derivadas de la irrupción de sistemas automatizados.
Puede deducirse con facilidad que la relación entre inteligencia artificial y salud guarda sus inconvenientes.
No obstante, los beneficios se antojan apabullantes.