Por Fabio Pérez
El trabajo nos enferma, de eso ni duda cabe.
Las estadísticas al respecto son elocuentes.
Antes de la pandemia, enfermedades y traumatismos relacionados con las actividades laborales eran responsables de 1.9 millones de muertes al año a nivel mundial.
Según datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y de la Organización Internacional del Trabajo, en un escenario sin coronavirus las afecciones no transmisibles son las principales causas de defunción ligadas a la actividad laboral.
A la cabeza aparecen la enfermedad pulmonar obstructiva crónica, el accidente cerebrovascular y la cardiopatía isquémica.
El desempeño de muchos oficios y profesiones implica riesgos para la salud.
Dos amenazas importantes son la exposición a aire nocivo y jornadas laborales demasiado largas.
Enseguida vienen la posibilidad de que ingresen al organismo asmágenos o sustancias carcinógenas y los riesgos ergonómicos.
Respirar partículas en suspensión, gases y humos llega a provocar alrededor de 450 mil muertes de asalariados cada año.
La OMS hace llamados regulares a países y empresas con el propósito de que mejoren y protejan la salud de los empleados.
Los datos y advertencias, sin embargo, han caído en oídos sordos.
No se han establecido ni una cobertura efectiva ni servicios de salud o acciones dirigidos a incrementar la seguridad en los centros laborales.
EFECTOS DOLOROSOS
Afecciones y lesiones producto de las actividades productivas tienen tres efectos bien identificados:
1) Sobrecargan los sistemas de salud.
2) Merman la productividad.
3) Llegan a significar un impacto catastrófico en el ingreso de muchas familias.
Entre 2000 y 2016 las muertes ligadas a la línea laboral se redujeron en un 14 por ciento.
Esa reducción fue atribuida a mejoras en las medidas de seguridad en los centros laborales.
Sin embargo, a falta de un estudio exhaustivo que lo corrobore, la mejora en el indicador fue drásticamente golpeada, cuando no anulada, por la pandemia.
Es decir, ahora el trabajo nos enferma con mayor intensidad.
La crisis sanitaria vino a confirmar que se necesita empeño, voluntad y una dirección firme para impedir que el trabajo nos enferme.
Para alcanzar ese objetivo deben adoptarse medidas orientadas a que los centros laborales sean más seguros, resilientes y justos desde la perspectiva social.
Se trata de un desafío mayúsculo.
Cada factor de riesgo exige un conjunto particular de acciones preventivas.
Por ejemplo, prevenir que el asalariado pase demasiadas horas en su puesto de trabajo requiere acuerdos sobre límites máximos de jornada laboral con base en criterios clínicos.
Reducir la exposición a aire contaminado exige instalar tecnologías para control del polvo y mayor ventilación en las unidades productivas.
Otra acción ineludible es dotar al personal con equipos de protección de manera que se minimicen los riesgos del contacto directo con elementos nocivos.
El desafío pues, consiste en configurar políticas y prácticas que redunden en contextos laborales más saludables y seguros.
Cumplir ese objetivo demanda introducir cambios en los modelos y sistemas de trabajo.

CUESTIÓN DE VIDA
Las consecuencias fatales de enfermedades ligadas a la actividad laboral son evitables.
Mejorar los servicios de salud ocupacional salva vidas.
Debe tenerse en mente que la carga total de morbilidad relacionada con la fuente de ingresos puede ser mucho mayor.
La pandemia de Covid-19, por ejemplo, justifica añadir otra dimensión a considerar a la hora de realizar estimaciones al respecto.
Además, enfermedades y traumatismos no sólo causan defunciones, también provocan una pérdida cuantiosa de años de vida saludable.
Antes que la muerte, acarrean discapacidad.
Cabe recordar que los traumatismos son lesiones o heridas físicas que sufre el paciente en órganos y tejidos.
Existen múltiples lesiones traumáticas; en ese grupo destacan los esguinces, las luxaciones y las fracturas.
No necesitan ser mortales para causar un daño irreversible: pueden terminar con la carrera laboral de las personas o condenar a sus víctimas a muchos años con una calidad de vida mermada sustancialmente.
PARA LAMENTAR
La pandemia causó un aumento en las opciones de que los trabajadores mexicanos enfermen por causa del empleo: ahora tienen salarios más bajos y más horas de trabajo.
Para empeorar el panorama, se ha registrado una disminución del acceso a la seguridad social.
En el último trimestre de 2021, el número de personas que ganaban entre uno y dos salarios mínimos diarios, el segundo nivel de ingresos más bajo en el país, ascendió a 19.9 millones de personas.
Es la cifra más alta que ha registrado el Inegi en esa categoría y significó un incremento de 2.5 millones de personas en comparación el último trimestre de 2019, es decir, el último año de la vieja normalidad.
La recuperación económica registrada a últimas fechas se ha traducido en la vuelta a la actividad de millones de individuos que reciben remuneraciones relativamente bajas.
Mediciones recientes indican que industria manufacturera es la que realiza más contrataciones sin dar acceso a seguridad social.

MÁS PRECARIEDAD
Una profesión en boga, la de repartidor que mueve productos adquiridos a través de aplicaciones, embona claramente en las condiciones críticas de ocupación.
Según el estudio Este Futuro No Applica, de Oxfam México, hacer entregas los recompensa con un ingreso promedio de 2 mil 085 pesos a la semana.
Ese dinero es el producto de 46 horas de trabajo a la semana, con un día de descanso.
Si bien, 8 mil pesos al mes parecen una cantidad razonable por la actividad desempeñada, debe considerarse lo siguiente: al no estar afiliados a ningún servicio de salud pública, los repartidores deben cubrir sus gastos médicos, el seguro de su vehículo (si es que utilizan un automotor) y sus impuestos (esto último muchas veces implica pagar honorarios a un contador).
Por condiciones así, el trabajo nos enferma.
Las empresas que operan las apps no les proporcionan ni paquetes de datos para conectarse a Internet.
Según el colectivo #NiUnRepartidorMenos, en 2021 murieron al menos 60 de sus colegas en accidentes viales.
Afecciones y lesiones debidas a la actividad que genera ingresos no son un problema menor.
La pérdida de vidas que acarrea y los efectos en la familia llegan a ser considerables.
Cuando no se puede proporcionar una alimentación adecuada a los hijos pequeños, se compromete el futuro.
Esos niños se convertirán en adultos proclives a decir algún día: “El trabajo nos enferma”.