La violencia de género enferma

Por Fabio Pérez

Se trata de una verdad que no suele apreciarse en su justa dimensión: la violencia de género enferma a sus víctimas.

Por lo general, el problema es abordado desde las perspectivas de la justicia social y los derechos humanos.

Se habla mucho menos de él como un problema de salud pública.

Hay que voltear a observar los perjuicios que acarrea para la salud física y mental de las afectadas.

A pesar de la alta incidencia de ataques (de tipo físico, psicológico, íntimo y demás) contra el llamado sexo débil, no se reconoce la carga que representan para el sistema sanitario.

Tampoco se brinda a los médicos capacitación para identificar, evaluar y tratar (incluso intervenir) a las féminas violentadas que entran en su órbita.

Al atender casos de este tipo, el médico debería consignar los hechos detectados, canalizar a las víctimas a las instancias correspondientes y dar seguimiento a los casos.

VIOLENCIA COTIDIANA

Según la Encuesta Nacional Sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (ENDIREH) 2016, dos tercios de las mexicanas de 15 años o más de edad han sufrido al menos un incidente de violencia a lo largo de su vida.

Casi 44 de cada 100 fueron agredidas por su pareja del momento o en su relación más reciente; 53 de cada 100 sufrieron violencia por parte de agresores distintos a los compañeros sentimentales.

Las mujeres en áreas urbanas son más propensas (69.3 por ciento) a experimentar maltrato por parte de cualquier tipo de agresor.

De los cerca de 19 millones de mujeres objeto de al menos un acto violento en sus relaciones afectivas, 48.2 por ciento habló con alguien (familiar, amigas, compañeras, vecinas) al respecto.

Muy pocas se acercaron con especialistas, como un psicólogo o un abogado, o bien con el representante de alguna religión.

Además, de cada 100 mujeres que padecieron algún tipo de agresión sólo 12 presentaron denuncia y/o solicitaron apoyo; de esa docena, la mitad solicitó los servicios de alguna institución, tres denunciaron y otras tres hicieron ambas cosas.

EL PAPEL DEL MÉDICO

Los ataques sufridos suelen saldarse con la búsqueda de atención médica.

En muchos casos, un profesional de la salud es el primero en enterarse de que una mujer fue agredida.

Según algunos estudios, las maltratadas confían en los agentes de la salud para revelar situaciones de abuso.

Sin embargo, en la práctica, es bastante común que no digan nada aunque las lesiones salten a la vista.

El personal sanitario debe estar preparado para identificar signos de violencia, ofrecer apoyo, recoger evidencia forense, prestar la asistencia y dar seguimiento al caso.

Un signo que indica la posibilidad de abuso es la intrusión del compañero sentimental en la consulta.

Una vez que acude a revisión, la mujer violentada requiere un servicio de salud integral y sensible a la cuestión.

La razón es simple: la violencia de género enferma.

¿Cómo encarar esto desde la trinchera médica?

Requisito esencial es mantener una actitud libre de prejuicios.

Aspecto esencial es validar cuanto manifieste la víctima.

Hay que prestar atención, indagar los antecedentes, conducirse con prudencia y responder a las inquietudes de la afectada ofreciendo apoyo práctico.

Enseguida, conviene proporcionar a la mujer información acerca de los recursos, legales o de otro tipo, a su alcance.

La consultar debe efectuarse en privado y sujetarse al compromiso, por parte del médico, de preservar la confidencialidad de los temas tratados.

¿INTERVENIR O NO?

Lidiar con las consecuencias de las agresiones, tanto a nivel físico como mental, no es sencillo.

El profesional sanitario debe ser consciente de que, en un momento dado, la intervención de emergencia resulta ineludible.

Prevenir mayor daño debe ser el criterio rector.

La intervención eficaz abarca aspectos piscológicos, maternoinfantiles, prácticas terapéuticas (como escritura o yoga), entre otras acciones salutíferas.

En todo caso, el médico debe respaldar a la paciente en las decisiones que adopte.

EL PERJUICIO NO AYUDA

La violencia de género enferma.

¿Cómo se traduce esto?

La lista de afecciones clínicas asociadas a agresiones de pareja está nutrida.

En ella hay síntomas de depresión, ansiedad, trastorno por estrés postraumático, trastornos del sueño, propensión al suicido, autoagresión, consumo de alcohol o sustancias psicotrópicas.

Otras manifestaciones son dolores crónicos, síntomas digestivos de causa desconocida y episodios genitourinarios espontáneos.

En la parte reproductiva se generan resultados adversos como embarazos no deseados o abortos.

Hemorragias vaginales reiteradas y enfermedades de transmisión sexual (ETS) son más consecuencias funestas.

Las lesiones traumáticas también ocupan lugar en la lista.

Además, las agresiones llegan a afectar el sistema nervioso central.

Hacen esto con forma de cefaleas o problemas cognoscitivos, por ejemplo.

CONSECUENCIAS ÍNTIMAS

Sufrir íntimo abuso daña la salud mental, física, sexual y reproductiva.

En la parte psicológica, la víctima llega a requerir atención de largo plazo.

Cuando se enfrenta a un caso así, el profesional sanitario debe tener clara la importancia de reunir evidencia forense.

Así ayudará a la afectada que decida iniciar un procedimiento legal.

En el historial de la paciente, el galeno debe consignar los siguientes aspectos:

a) El tipo de agresión y el tiempo transcurrido desde que fue perpetrada.

b) El riesgo de embarazo o de contraer VIH u otra ETS.

c) La percepción del médico sobre la condición mental de la víctima.

La paciente debe saber que haría bien en recibir profilaxis (tratamiento preventivo) contra males como clamidiasis, gonorrea, infecciones por tricomonas o sífilis.

Porque la violencia de género enferma, combatirla no sólo significa proteger a un sector vulnerable o avanzar hacia una sociedad más justa, también representa cuidar la salud.