Por Fabio Pérez
“La sangre es vida” no es sólo una frase como extraída de alguna novela de vampiros o de ritos oscuros.
En el plano clínico, donar líquido que corre por las venas ayuda a pacientes que sufren afecciones potencialmente fatales.
Gracias a ella viven más tiempo y tienen una mejor calidad de vida.
A últimas fechas, coinciden fuentes del sector salud, el aporte de litros escarlatas anda muy bajo.
Cayó en el tobogán de la pandemia de COVID-19 y no ha salido de él.
Voceros de alcance internacional, nacional y local hacen el mismo llamado: urge aumentar la reserva destinada a transfusiones.
No es una tarea sencilla.
Garantizar el abasto y la seguridad de productos sanguíneos exige contar con una nutrida base de donadores.
Estos deben reunir dos características:
a) Actuar de forma voluntaria.
b) Ser movidos por el altruismo, es decir, no esperar a ser remunerados por donar de forma periódica.
Además de ayudar a quienes sufren males como cáncer, el líquido en conserva es sumamente valioso a la hora de intervenciones clínicas y quirúrgicas.
También juega un papel crucial en la atención maternoinfantil.
Las hemorragias severas durante el embarazo, el parto o el puerperio (el tiempo que le toma al cuerpo femenino recuperar su funcionamiento normal) ocupan el primer lugar entre las causas de defunción maternal.
Accidentados o damnificados por alguna catástrofe natural agradecen que haya disponible una buena reserva de tinta vital.
MUCHA DEMANDA Y POCA OFERTA
Hace tiempo que en países de ingresos bajos y medianos la demanda de sangre supera a la oferta.
Se trata de un problema grave para los servicios sanitarios.
Lo normal es que no dispongan de glóbulos rojos en cantidad suficiente.
Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), para que una nación goce de una óptima disponibilidad de líquido rojo se requieren un mínimo de 10 donantes por cada mil habitantes.
Cada año, a nivel mundial, se realizan 118.5 millones de donaciones de líquido escarlata.
De ese total, el 40 por ciento se recoge en países de ingresos altos, donde habita el 16 por ciento de la población planetaria.
Mientras la tasa de donación en países con poder adquisitivo es de 31.5 por cada mil personas, en territorios con bajos ingresos es de apenas cinco por cada mil.
En varios países más de la mitad del suministro procede de familiares o allegados o donantes remunerados.
POR UNA DONACIÓN MÁS EFICIENTE
¿Qué se requiere para lograr un ejercicio de donación más eficiente?
En primer lugar, una organización eficiente.
El desafío consiste en lograr que las redes de suministro estén integradas y que en cada demarcación se lleven a cabo con eficiencia la extracción y verificación del líquido.
El líquido acopiado debe ser almacenado en buenas condiciones y ser distribuido de forma oportuna.
También hay que someterlo a análisis para descartar infecciones: VIH, virus de hepatitis B y C, sífilis.
Una vez guardada en contenedores con anticoagulante, la sangre se puede refrigerar de modo que esté lista cuando surja la necesidad de una transfusión.
El uso más eficaz de la tinta vital, cabe mencionar, reclama separarla en plaquetas o eritrocitos, plasma y crioprecipitado.
Así, más personas pueden beneficiarse de ella.
En países de ingresos altos se ha comprendido bien que la sangre es vida: el 97 por ciento del líquido escarlata es sometido a ese proceso de separación.
En el extremo opuesto, naciones con menos fortuna, apenas se procesa el 37 por ciento.
Los servicios sanitarios deben poner especial atención a evitar transfusiones innecesarias ya que exponen a los pacientes a padecer reacciones graves o contraer infecciones.
Otro aspecto negativo es que reducen la disponibilidad de productos sanguíneos para las personas que sí los ocupan.
La sangre es vida, sí, pero también puede complicar la existencia.

ACCIÓN PARA SALVAR
La necesidad de sangre es universal.
Su escasez es un problema serio en países en desarrollo.
Además, el panorama se volvió más difícil con la pandemia.
La COVID-19 disminuyó el flujo de donantes.
Para hacer frente a esa situación han surgido organizaciones que invitan a realizar aportes altruistas de glóbulos rojos.
Blooders es una de ellas.
Cada dos segundos, explican en Blooders, alguien en México requiere sangre.
Una sola contribución impacta para bien la vida de varias personas cuando es separada en glóbulos rojos, plaquetas y plasma.
Según la Organización Panamericana de la Salud, la nación mexicana ocupa el penúltimo lugar en aportes de sangre voluntarios en América Latina.
¿CÓMO DONAR?
Primero, el interesado se registra como donador potencial.
En segundo lugar, viene una evaluación para verificar que su sangre guarda la condición adecuada.
Una valoración médica permite verificar que la persona es apta para donar.
Se extraen 450 mililitros en algo así como 10 minutos.
Hay requisitos básicos que debe cubrir el donador:
Sentirse bien.
No presentar síntomas o signos de enfermedad (como tos o escurrimiento nasal).
Ser mayor de 18 años de edad y menor de 65 años.
Pesar 50 kilogramos como mínimo.
No tomar aspirinas o algún otro antiinflamatorio en los cinco días previos.
No haberse hecho tatuajes, perforaciones o acupuntura en el último año.
No ingerir alcohol en las 48 horas previas.
No haber sufrido un infarto cardíaco o arritmia.
No estar embarazada o lactando.
No haber tenido más de una pareja sexual en los últimos 12 meses.
Los diabéticos pueden donar siempre y cuando no sean dependientes de insulina.
También quienes tuvieron hepatitis A antes de los 10 años de edad.

SANGRE HECHA EN MÉXICO
El grupo sanguíneo más común en la nación mexicana es O positivo (56 por ciento de la población); el más escaso es AB negativo.
Quienes tienen sangre AB positivo son receptores universales, es decir, reciben donaciones de todos los tipos.
En el extremo opuesto, los O negativo son donantes universales, su tinta vital encaja con cualquiera de los grupos.
Los varones pueden donar hasta cuatro veces al año y las mujeres tres, con intervalo de ocho semanas entre cada aporte.
La sangre tiene fecha de caducidad: 45 días posteriores a la extracción.
En cuanto a plaquetas, se pueden donar cada 72 horas, pero sin sobrepasar las 24 veces al año. Estos productos caducan cada cinco días.
Cuando uno ve con claridad que la sangre es vida, se facilita es actuar por el bien común.