Por Fabio Pérez
Terremotos, inundaciones, deslizamientos de tierra y demás eventos adversos de origen natural son desastres que nos enferman.
Catástrofes así se caracterizan por acarrear consecuencias que superan la capacidad de respuesta de comunidades, regiones y países donde suceden.
Generan víctimas fatales, lesiones (en ocasiones con discapacidad permanente) y problemas de salud.
Demandan una atención extraordinaria que el sistema sanitario difícilmente puede solventar con sus limitados recursos.
El escenario montado por una catástrofe suele ser muy complicado.
Las condiciones para prestar auxilio, no sólo clínico, se ven mermadas por los daños, cuando no la destrucción completa, que sufre la infraestructura básica.
Por ejemplo, las afectaciones a las redes de agua potable, electricidad y a las vías de comunicación.
Una consecuencia menos visibilizada es la de los cambios en el comportamiento psicológico y social de los damnificados.
DIRECTO A LA PSIQUE
La salud mental puede sufrir un perjuicio mayúsculo a causa de un fenómeno natural.
Así ocurre, por ejemplo, cuando se registra la pérdida de un ser querido o del patrimonio en su totalidad.
Los daños menores también producen temor, tristeza, coraje y demás reacciones nocivas para la salud.
¿Cuáles son los signos de que la psique ha sido lastimada?
La lista incluye falta o exceso de apetito, problemas digestivos, náuseas, pálpito.
Otras señales son irritabilidad, dificultad para dormir y cambios en los patrones de sueño.
Problemas para concentrarse, ansiedad, depresión, frecuentes conflictos familiares o en el trabajo, así como recurrir al alcohol y a las drogas son otras manifestaciones.
El deterioro psicológico no es exclusivo del damnificado; se extiende al personal sanitario que atiende la emergencia.
En suma, se configura el síndrome de estrés postraumático.

EL CUADRO DE LA DESGRACIA
Las consecuencias y la intensidad de los síntomas varían de un individuo a otro.
La fuerza y las características particulares de cada fenómeno influyen en el daño que se sufre a nivel psicológico.
No es lo mismo el terror repentino que detona un sismo que la marcha inexorable hacia la inundación.
La personalidad influye de forma decisiva, así como los marcadores biológicos, sociales, psicológicos anteriores al desastre que nos enferma.
El impacto es más fuerte en quienes disponen de recursos escasos para enfrentar la situación.
Entorno y circunstancias (condiciones familiares o redes sociales, por ejemplo) son otras variables de la ecuación.
Embarazadas, madres solteras, viudas, niños y adolescentes (en especial cuando pierden a sus cuidadores), desempleados, ancianos y desplazados son grupos especialmente vulnerables.
También están los enfermos crónicos que a esa condición agregan la de damnificados.
HAY GOLPES EN LA VIDA
Varios estudios coinciden en que las inundaciones acarrean problemas emocionales leves y pasajeros.
En algunos casos los afectados presentan ansiedad, depresión y/ o insomnio, o conductas agresivas.
Los terremotos son las catástrofes que suelen acarrear más efectos negativos en la salud mental.
Es como sufrir un golpe terrible que acarrea daños personales y materiales.
Demanda brindar atención psicológica a un gran número de afectados.
Lidiar con las cargas que deposita en la gente exige cuidar de ellos largo tiempo.
En la cotidianidad de muchos damnificados se instalan sensaciones de tristeza, ansiedad y depresión.
Los desastres que nos enferman también ocasionan cefaleas tensionales, abuso de drogas tanto legales como prohibidas y violencia doméstica.
El perjuicio llega a escalar hasta el intento de suicidio.
Los estragos son mayores en países de ingresos bajos.
En ellos el aparato sanitario es superado con facilidad.
DAÑO EN PLAZOS
Los damnificados ofrecen diferentes tipos de respuestas psicológicas ante los eventos adversos.
Un primer grupo es el de aquellas que se presentan dentro de los tres días posteriores al desastre.
Crisis emocionales, apatía, ansiedad difusa o temor son muy frecuentes en esas 72 horas.
En las siguientes semanas se registran, por lo general, duelo, miedo, irritabilidad, pérdida de sueño y de apetito, problemas para cumplir con normalidad la jornada laboral y dificultades en las relaciones interpersonales.
A los tres meses persisten algunas de las condiciones enunciadas así como los síntomas somáticos.
Estos últimos aparecen cuando la persona se enfoca demasiado en algunos signos físicos, como dolor o fatiga, lo que genera angustia emocional y complica la vuelta a la normalidad.
Transcurrido un trimestre, suelen registrarse duelos patológicos y conductas que indican riesgo de suicidio.
Los desastres que nos enferman también producen desorden de estrés agudo, con manifestaciones intensas de miedo, impotencia, indiferencia, amnesia y más visitantes indeseables.
Una identificación temprana y el tratamiento oportuno ayudan a que los síntomas disminuyan, o hasta desaparezcan, en el corto plazo.

UNA RESPUESTA EFICAZ
Los momentos en que se registra una catástrofe y los tres días posteriores son críticos.
Una respuesta efectiva en esas horas puede mitigar los daños de forma significativa.
Concluido el evento adverso, hay cuatro tareas a realizar de manera inmediata:
a) Proteger la integridad física de los damnificados.
b) Satisfacer sus necesidades básicas.
c) Organizarlos.
d) Evaluar con rapidez sus necesidades emocionales para brindarles la primera ayuda psicológica.
Después del fenómeno, y durante seis meses (dependiendo del tipo de desastre y sus alcances), hay que trabajar con los afectados para salvaguardar la salud mental.
Esto significa proporcionar asistencia psicológica a grupos vulnerables, con énfasis en el manejo de crisis y en la prestación de cuidados clínicos.
Luego, hay que trabajar en la recuperación.
Superar los problemas causados por los desastres que nos enferman puede tomar años.
Un punto positivo es que buena parte de las tareas a cumplir puede ser ejecutada por personal no especializado.
Eso permite reservar la ayuda especializada para casos de psicosis, alto riesgo de suicidio o complicaciones severas por abuso de drogas o bebidas embriagantes.
Cabe señalar que terremotos, deslaves y demás a veces generan procesos positivos.
La lucha contra el trauma que deja un desastre motiva a los damnificados, ayuda a convertirlos en mejores individuos, pero esa es otra historia.