Una memoria desde la Plaza Pública

MIGUEL ANGEL GRANADOS CHAPA

«Es deseable que el espíritu impulse a la música y otras artes y ciencias y otras formas de hacer que renazca la vida, y que permitan a nuestro país escapar de la pudrición que no es destino inexorable. Sé que es un deseo pueril, ingenuo, pero en él creo, pues he visto que esa mutación se concrete».

Miguel Ángel Granados Chapa

Quizá pocos lo recuerden. Hace 10 años —el 14 de octubre de 2011— el periodista Miguel Ángel Granados Chapa se despidió de los lectores que lo acompañaron desde 1977 en su columna «Plaza Pública», uno de los ejercicios editoriales más longevos y mejor ejecutados en la historia del periodismo nacional.

Su muerte lo alcanzó dos días después de su último artículo, en el que reflexionaba acerca de un tema que sigue vigente: las coaliciones electorales de los partidos políticos tan diferentes en sus ideologías.

Me gustaría resaltar la virtud de su texto final más allá del análisis político.

Granados Chapa murió a consecuencia de un cáncer que había mermado su salud desde tres años atrás, pero no interrumpió su compromiso con el periodismo mexicano. Aún en su última colaboración encontré el rigor y la sensibilidad que merece nuestro público.

No imagino a muchos periodistas saber que están por dejar esta tierra y darse tiempo para escribir el adiós para sus lectores. Su despedida fue sutil, llena de sabiduría y humildad como parte fundamental de lo que hoy requiere el oficio.

¿De dónde surgió este compromiso? Granados Chapa heredó —tras el asesinado de Manuel Buendía en 1984— la batuta como el columnista más influyente en el periodismo mexicano, además de convertirse en un férreo defensor de la libertad de expresión. Hasta hoy nadie ha podido ocupar ese lugar que dejó y sus colaboraciones nos hacen tanta falta ahora que la desinformación, el escarnio y lo viral manchan el periodismo.

Sin embargo, me siento feliz porque varios colegas tratamos de emular su labor. Ojalá el tiempo nos permita llegar a una parte de lo que logró. Su decálogo para un periodismo comprometido ha sido mi guía durante varios años e incluso en alguna ocasión imprimí la hoja y la coloqué en mi escritorio como un recordatorio.

Pero sus lecciones de ética y ejercicio periodístico no serían nada sin sus ejemplos de congruencia. Uno puede revisar su trabajo y no hay forma de no encontrar que la llevó al extremo. Pongo como ejemplo su corta duración al frente de medios que creó y dirigió, como Proceso y La Jornada.

La presencia en estos espacios fue la necesaria para consagrarlos y, en lo personal, creo que supo abandonar la dirección cuando sintió que se desviaba del camino o bien porque sabía que los ciclos no deben ser tan prolongados en pro de la salud de un proyecto editorial.

Otra de las características de este grande del periodismo fue su inmensa preocupación por los temas de interés público. De ahí que su principal espacio lleve el nombre de «Plaza Pública», el sitio donde todos los miembros de la sociedad convergemos y donde deberíamos discutir de los temas que nos preocupan.

También destacó por su humildad, traducida en acciones de apoyo a las nuevas generaciones de comunicadores y periodistas. En alguna ocasión un profesor de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Autónoma de Coahuila en Torreón me contó sobre su visita a un congreso estudiantil, en la que declinó recibir honorarios; entre sus razones estaba devolver la educación que las instituciones públicas le brindaron.

A 10 años de su partida, lo recuerdo con cariño, pues aunque no lo conocí en persona, sí lo hice a través de sus textos, en los que narró la realidad de un país que me duele.

La mayor lección que me dejó fue el último punto de su decálogo: encontrar el camino o hacerlo. Hoy te recuerdo desde esta «Plaza Pública» y te agradezco por tanto.

Foto de portada de Eneas de Troya vía Flickr (bajo licencia CC)