Años ochenta. La familia O’Hara, conformada por Allison (Carrie Coon) y Rory (Jude Law), y sus dos hijos Sam (Oona Roche) y Ben (Charlie Shotwell), llevan una ¿apacible? vida en Nueva York. Así comienza The Nest, filme escrito y dirigido por Sean Durkin.
Rory tiene bastante tiempo libre como para ocuparse de los chicos: prepararles el desayuno, llevarlos a la escuela y jugar al futbol con Ben y sus amigos por las tardes. Allison cuenta con un trabajo que muchos catalogarían como un hobby: es instructora de equitación.
Sin embargo, para Rory una vida apacible o cómoda no parece ser suficiente. La misma ambición que lo llevó hace no más de una década de Inglaterra, su país natal, a Estados Unidos, ahora le pide que regrese, así que acepta la oferta de su antiguo jefe.
«No está funcionando para mí», es su único y determinante argumento ante la renuencia de Allison a mudarse a Inglaterra.
Sin pensar en cómo una mudanza de ese tipo afectará a su familia, Rory se adelanta para instalarse en una enorme casa de campo en Surrey.
El lujo de la mansión seduce a Sam y Ben en cuanto llegan. A Allison la cautivan los extensos campos donde podrá jinetear a su antojo a Richmond, el caballo que ha traído desde Estados Unidos, y, eventualmente, poner su propia escuela de equitación.

Todo está dispuesto para que el lugar se convierta en ese nido aludido en el título de la película. El problema es que la adaptación no será tan fácil como la pinta el optimismo de Rory. Ni siquiera para él.
Entre las complicaciones que generan el jet lag, las variaciones del lenguaje, el esnobismo y el conservadurismo, la familia -y, como metáfora, hasta Richmond- lucha para sostenerse en pie.
El primero en caer dejará al descubierto las fisuras, carencias emocionales y aspiraciones frustradas de cada uno de los miembros de la familia y cómo esos aspectos los han cohesionado y configurado sus dinámicas. El efecto dominó es inminente.
The Nest es un drama que se toma su tiempo para retratar la complejidad de cada uno de sus personajes, en especial de Allison y Rory, y del matrimonio que conforman en la llamada década de la codicia. Son los tiempos de los yuppies, tiempos en que el estatus es lo más importante.
Rory es un ejemplo perfecto de yuppie, aunque no es plenamente consciente de ello. Su ambición lo ha llevado de la nada a un punto alto en la escala social, pero también a poner en juego todo lo que ha logrado, incluso su familia.
Y aunque es el protagonista de esta historia, Durkin ha decidido utilizar el personaje de Allison para explicar la magnitud de los efectos de las decisiones de su esposo. Experimentamos la tensión, la soledad y la tristeza a través de ella.
Al mismo tiempo el director esboza sutilmente las diferencias generacionales entre las mujeres, sus roles y el comportamiento que se ha esperado de ellas como madres, esposas e hijas en diferentes épocas.
La recomiendo por los temas que aborda y los matices con que lo hace, así como por las actuaciones, la recreación de la época y la cinematografía. Dale la oportunidad si te gusta el drama y el cine que hace un close up tan extremo al american way of life que revela sus texturas.