No puedo explicar la angustia que sentía de niño cuando se desperdiciaba agua. Me bañaba lo más rápido posible, me cercioraba varias veces de que las llaves estuvieran bien cerradas, regañaba a mi mamá por regar las plantas con manguera, es más, ni siquiera tuve pistolas de agua. Ahorrar el líquido era cosa seria para mí. Le decía a todos los adultos que podía que no la desperdiciaran. Seguramente insistí tanto con algunos, que me convertí en un niño-molestia.
Crecí en el segundo cuadro de la ciudad de Terror, Coahuila. En ese entonces, principios de los noventa, en la casa de mis papás había agua a todas horas, excepto en el segundo piso. Arriba, como le decíamos, estaban las recámaras y un baño; si queríamos usar la regadera, tenía que ser antes de las ocho de la mañana o a eso de las diez de la noche. El resto del día no había presión suficiente para que el agua subiera.
Tener un hidroneumático o una bomba era algo desconocido para mí hasta que estuve en la secundaria. Para ese entonces, principios de los dos mil, la presión de agua era insuficiente, incluso abajo. Sólo había presión en la red por la mañana y por la noche, arriba no había agua a ninguna hora.
La primera vez que me enfrenté al tandeo no fue en Torreón. Mi papá era ingeniero y siempre estuvo involucrado en obras fuera de la ciudad. Pasamos las vacaciones con él en distintos lugares de México, pero sólo en CDMX y en el Estado de México sufrimos la falta de agua.

Mi papá trabajó un largo tiempo en Chimalhuacán, uno de los municipios más violentos y con más carencias del Edo. Mex., y lo visitamos en varias ocasiones. Y ahí, antes del año dos mil, ya sufrían la falta de líquido. A mí me sorprendía mucho que, aun siendo un lugar en donde había lluvias seguido, no tuvieran agua potable.
En ese lugar teníamos que beber agua embotellada, algo totalmente nuevo para mí. El agua de la llave era almacenada en cisternas y tinacos, y no se recomendaba beberla. Recuerdo campañas para que la gente adquiriera filtros para colocarlos en la llave. En cambio, en Torreón bastaba con abrir la llave y pegar la boca para saciar la sed. Ahora es impensable beber agua de la red.
Quiero suponer que en ese entonces los niveles de arsénico eran lo suficientemente bajos para que el agua fuera consumida sin problemas, y no que el líquido ha estado envenenado desde siempre y sólo hace unos años salió ese dato a la luz.
Desde hace unos meses el tema del agua se ha complicado en Torreón. Para Zermeño, alcalde recién restituido a su cargo después de perder las elecciones, pareciera que el tema no le importa. En distintas declaraciones admite la falta de agua, pero luego dice que todos los hogares de la ciudad tienen abasto. Luego reconoce que seis pozos se abatieron, pero está orgulloso de que se está comenzando a trabajar en nuevos. Otras ocasiones admite el desabasto, pero de inmediato dice que no es culpa de la administración, sino que los acuíferos se secaron.
Y me hago las siguientes preguntas, ¿las autoridades saben realmente cuál es la situación del agua, pero no nos dicen nada?, ¿no saben con seguridad?, ¿acaso hace falta agua en casa de Zermeño? Lo dudo mucho. Probablemente el desabasto deje de ser problema para él en cuanto termine su mandato, ya será bronca de la siguiente administración. Pero qué importa, el derecho al agua se convirtió en privilegio. Y la clase política es privilegiada, sin duda.
Por otro lado, las empresas lecheras de La Laguna, tienen acaparada el agua en la región, y no es poca cosa. Sólo LALA dispone anualmente del 16% de agua que tiene la presa Francisco Zarco, en Lerdo, Durango. Ni siquiera me puedo imaginar la cantidad de agua que es.
Hace unos meses me mudé a Gómez Balazo, Durango. Al menos en la colonia que vivo, no hemos padecido la falta de agua. Pero en el centro de Torreón, en mi antiguo departamento, y en el trabajo, para finales de mayo y durante casi todo el mes de junio, no hubo agua.
Ni una gota.
Los tinacos no se llenaban y la situación se agravó bastante. ¿La solución?, comprar garrafones. Un paliativo costoso y poco eficiente. Pusimos presión en redes sociales y en cada oportunidad se lo señalamos a autoridades. La respuesta fue que sí había agua, pero que sólo por tandeo. Mentira. Al menos en esas semanas, nunca se llenaron las cisternas ni los tinacos ni a un tercio de su capacidad.
Una amiga que padeció también la falta de líquido, insistió tanto en redes con el desabasto, que se comunicó con ella Ángela Campos, regidora por el PAN. ¿La solución que ofreció? Mandar pipas a su domicilio.
Mi amiga nos pasó el teléfono de la regidora y pronto comenzamos a llamarla. Ella se ofreció a mandar pipas, también. Las pipas llegaron, pero nunca en el día ni en el horario que fue indicado, ni con las herramientas suficientes para llegar a nuestros depósitos. Y por si fuera poco, el agua que llevaron estaba sucia.
Ya no tenemos agua, y tengo la fuerte percepción de que el tema no se habla con la insistencia que necesita. Un amigo me compartió una idea tan contundente como verdadera: Ni la violencia ni el desempleo ni las desigualdades nos van a unir, y si el agua no nos une, estamos perdidos, porque nada lo hará.
Me gusta suponer que toda la ciudadanía hacemos lo que nos corresponde para cuidar el líquido. Y de no ser así, ¿cuánta es la cantidad de agua que desperdiciamos en comparación con las empresas, en cinco minutos? Tampoco tengo la capacidad de imaginar la cantidad de líquido que utiliza la industria, pero estoy seguro de que es mucha, muchísima más de la que se desperdicia lavando el carro con una manguera o tardándose un par de minutos más en la regadera.
Toda mi angustia y esfuerzos desde niño no sirvieron de nada. No hay agua. Y la que queda está envenenada. Nunca más en la historia de Torreón se podrá volver a tomar agua de la llave sin preocupación, porque ni siquiera sale.