‘Never Rarely Sometimes Always’: una historia sobre aborto, machismo y sororidad

En una gala de talentos escolar donde todo es playback y coreografías, Autumn (Sidney Flanigan) se sale del molde al atreverse a interpretar, guitarra en mano, su propia versión de He’s got the Power. Así comienza Never Rarely Sometimes Always (Nunca, rara vez, a veces, siempre), gran película de Eliza Hittman.

El atuendo de Autumn, su maquillaje, su peinado, su evidente tensión sobre el escenario y sobre todo su expresiva voz indican que ha puesto el corazón en su presentación. Un chico del público le grita “puta” y, aunque duda por un segundo, ella tiene el valor de cerrar su número.

La tensión de Autumn no hace más que aumentar. Durante la incómoda cena con su familia en una pizzería tras su performance, el chico que la ridiculizó continúa molestándola a unas cuantas mesas con grotescas pantomimas sexuales.

Imposible ignorarlo. Muchas mujeres en su situación optarían por mirar hacia otro lado, pero Autumn no está dispuesta a ser una víctima y hace todo lo que está en sus manos para demostrarlo.

Sin embargo, ser blanco de ofensas es la menor de sus preocupaciones. El performance escolar se convierte en una niñería cuando frente al espejo de su recámara Autumn nos revela su verdadero problema: un abdomen abultado.

Su sospecha de embarazo se confirma al día siguiente en una clínica poco profesional llena de personal moralista para el que no existe la opción de interrumpir la gestación. Autumn no tiene intenciones de ser madre a los 17 años y comienza a buscar la manera de abortar.

A pesar de que intenta mantener su situación en secreto, su prima Skylar (Talia Ryder), quizás su única amiga, termina enterándose. Su reacción inmediata es apoyar la decisión de Autumn, y no dejará de hacerlo sin importar si para ello tiene que cruzar ciertos límites.

Dado que, en su estado natal, Pensilvania, es necesario el consentimiento de los padres para abortar, emprenden juntas un viaje a Nueva York, donde el proceso no será tan sencillo como pensaban. Hittman nos muestra que la sororidad y el acompañamiento no son un camino de rosas.

Never Rarely Sometimes Always es un filme humano y sensible acerca del derecho a decidir. La postura es por supuesto a favor (¿Acaso debería cuestionarse?), pero no es un alegato que exalte los beneficios del aborto y obvie el drama que encierra tomar una decisión así y el trauma de someterse al proceso.

El embarazo adolescente suele percibirse como un problema un tanto abstracto y no son pocos los que lo relacionan con la falta de educación y la pobreza. Hittman va más allá y parece decirnos que el problema es otro.

Que una chica quede embarazada a los 17 años no es resultado del ejercicio libre de su sexualidad. Que tenga que enfrentarse sola a la difícil decisión de qué hacer, tener un bebé o no, y al proceso consecuente, no es signo de madurez y fortaleza.

Ambas situaciones denotan las diversas capas de violencia a las que se enfrentan las mujeres: estructural, gubernamental, moral, familiar, emocional… Hittman las expone de manera muy sutil.

La directora mantiene oculta la identidad del hombre que embarazó a Autumn y eso abre la puerta de las posibilidades, podría ser cualquiera, después de todo el entorno está lleno hombres abusivos, desde los que llaman putas a las mujeres, los que transgreden su espacio personal y los que se masturban frente a ellas, hasta los que son amables y simpáticos para obtener algo a cambio.

En la escena que da nombre a la película, la consejera de la clínica donde le practicarán el aborto a Autumn le aplica un cuestionario de rutina en el que sólo tiene que elegir una de las cuatro opciones: Never Rarely Sometimes Always. Sus respuestas -y sobre todo sus no respuestas- confirman que para las mujeres el ejercicio libre, pleno y seguro de su sexualidad está lejos de ser una realidad en las sociedades modernas, incluso en aquellas que parecen muy liberales.

Una poderosa historia, una dirección impecable, una cinematografía sobria e intimista y las fenomenales actuaciones de Sidney Flanigan y Talia Ryder, capaces de transmitirnos todo tipo de emociones y conmovernos profundamente con apenas unos diálogos, hacen de esta cinta una de las mejores producciones que he visto en el año. Muy recomendable.

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