
“Si algo funciona, no lo toques”, dice una máxima que se aplica a destajo en todos los niveles futboleros habidos y por haber, desde el llanero hasta la Liga de Campeones.
Juan Reynoso se atrevió a tocar el once que dejó al Santos Laguna con la obligación de explorar territorio desconocido: ganar el partido de vuelta de una final del futbol mexicano en campo hostil.
Durante más de media hora, la razón estuvo del lado del técnico cementero.
Aquello fue una calca de la ida y el aparato ultradefensivo de la Máquina no sufrió sobresalto alguno.
En la escasez ofensiva del visitante, sólo se destacaba un ligero cambio de actitud, acaso propiciado por el técnico santista, Guillermo Almada: buscar más al diez, Diego Valdés, desaparecido el jueves pasado.
Al 36, Reynoso sufrió el golpe que suelen recibir quienes tocan el cuadro.
Los santistas consiguieron hilvanar algunos toques en las cercanías del área enemiga.
La bola llegó a Valdés que, al ver frente a su nariz el muro de un central, trató de tocar a su delantero.
Por aquello de que la fortuna así como da quita, como recreando el gol azul de la ida, el balón rebotó en el defensor dejando al diez en posición ideal para probar un zurdazo que mandara el esférico al ángulo de la portería de Corona.
Ahí lo puso.
El empate subió al marcador global.
Hasta el final de la primera mitad, el desconcierto acompañó a los cementeros.
Sin embargo, los visitantes no fueron a por un rival seminoqueado, acaso contentos con la idea de iniciar el último acto de la obra sin desventaja en el tanteador.
Cruz Azul volvió del vestidor con dos cambios y la instrucción de dar signos de vida. Cumplió esa encomienda de inmediato.
Bastó con la vieja fórmula del futbol inglés.
Balón largo, peinada y Santi Giménez que picó al espacio, al encuentro de Acevedo, forzado a jugar más de zaguero que de portero.
Giménez consiguió dos cosas en un sólo movimiento: quitarse al guardameta y quedarse sin ángulo para tirar a portería.
Los locales no echaron de menos esa opción, ni otra que falló Giménez más adelante, porque Jonathan Rodríguez canjeó su cupón de la ley del ex.
La jugada nació de una indecisión de Gorriarán que resultó fatal.
Del pie del charrúa, una jugada ofensiva del Santos devino en contragolpe.
El presuroso lance terminó con otro uruguayo, el Cabecita, superando el achique de Acevedo.
En teoría, desde una óptica simplemente aritmética, existía la opción de que los guerreros emparejaran la cita y llevaran el partido al alargue.
En la práctica, los guerreros acusaron su principal carencia a lo largo de toda la temporada: la falta de un hombre-gol.
También fueron víctimas de la enésima desaparición del chileno Valdés.
Los cambios de Almada introdujeron en el accionar santista un exceso de ganas, mucha prisa, mucha carrera.
Por desgracia, eso se tradujo en imprecisiones y falta de ideas claras.
Antes del silbatazo final, no hubo arreón final del visitante, pero sí un rifirrafe, de los que no sirven ni para la anécdota.
La Máquina puso fin a una racha de 23 años sin conseguir un título de campeón de liga.
Lo hizo a costa de un Santos que, con pocas armas en su arsenal, se las arregló para quedar a un paso de descolgar la séptima estrella.