Al caer la tarde las vías del tren comienzan a vibrar. Un vagón tras otro interrumpen la tranquilidad del atardecer, y el baile de una parvada de pájaros malogra su ritmo sobre el horizonte blanco y brillante.
Detrás del tren hay una hacienda, y más acá, en la sala de cine, el espectador se deleita con el silencio que se recobra cuando el tren toma su curso a Otto y después rumbo al sur.
INT – CASA — CREPÚSCULO
Un hombre mayor se niega a cantar. Su esposa le ayuda a recordar: le cuenta del homenaje que recibió hace varios años en Lerdo por su trayectoria como cardenchero.
EXT – CORRAL DE LA CASA — CREPÚSCULO
Afuera los perros ladran y un gallo se despide del día que pronto terminará. Mientras, el eco de un coro de voces a capella se instala en el oído del espectador.
INT – CASA — DÍA
Un hombre mayor lee unos versos que ha compuesto para su difunta mujer: “Yo sólo estoy aquí / no pude detenerte / porque era mi destino / y te tenías que ir / dejaste en mí recuerdo / ya no seré feliz / porque el Creador del cielo necesitaba un alma / y te ha escogido a ti. / Prometo que en el cielo / cuando me lleve a mí, / buscaré entre las almas / y ahí donde te encuentre / te vuelvo a hacer feliz”.
EXT – CERRO — DÍA
Con mazos y martillos unos hombres derrumban un monolito de mármol desde lo alto de un cerro.
EXT- CASA 2 — NOCHE
Un conjunto de hombres se dispone a cantar en el pórtico: “A las dos de la mañana / salgo a buscar a mi amor / al momento que la encuentro / ella me dice que no / se agachaba y se sonreía / pa’ que le rogara yo / qué esperanzas que le ruegue / ese tiempo se acabó. / Y ella lloraba ¡ay, sin abrigo! / y ella lloraba / ¡ay, sin consuelo!”.
No hay documento artístico que se mimetice a cabalidad con la sensibilidad musical del desierto lagunero como lo hace A morir a los desiertos (2017), largometraje que tras exhibirse en el festival Ambulante Gira de Documentales 2018 se reestrena en varias salas nacionales desde el pasado 28 de mayo.
Su directora, la joven cineasta de origen catalán Marta Ferrer, emprende un viaje hacia lo más profundo de una tradición lírica característica de algunas zonas rurales de la Comarca Lagunera, donde hace más de cien años los peones de los hacendados se sentaban al pie de la planta del cardo a expresar sus desdichas, sus historias de amor y desamor con el deseo de huir momentáneamente de las condiciones de opresión a las que eran sometidos durante la época del auge algodonero y del ferrocarril.

Tal como lo muestra esta oda al paisaje y a la poesía popular de Sapioriz, Durango y La Flor de Jimulco, Coahuila, el canto cardenche aún se transmite de generación en generación, y constituye un instrumento de cohesión colectiva que expresa las condiciones adversas que los habitantes del desierto han tenido que enfrentar a través del tiempo.
No en vano la tesitura de las tres voces (primera, de arrastre y contralta) que conforman esta peculiar composición coral que prescinde de instrumentos casi siempre es dramática: “Yo ya me voy / a morir a los desiertos / me voy dirigido / a esa estrella marinera. / Sólo en pensar / que ando lejos de mi tierra / nomás que me acuerdo / me dan ganas de llorar”, reza la canción que intitula al documental.
En entrevista la directora señala que esta manifestación le atrajo en particular por su manera de reflejar una época histórica.
“El canto cardenche es el transmisor de un contexto, de cómo vivía la gente, es el sentimiento de una comunidad. Siento que lo valioso de eso es que no es algo globalizado, sino algo muy específico que refleja todo un territorio y una época. Pienso que la música y el arte siempre hablan de la historia”.
Una mirada antropológica
La aguda compenetración con el entorno, la vida rural desde sus adentros, son algunas de las características del método que Ferrer emplea desde su primer documental El Varal (2009).
“Para mí es fundamental convivir con la gente, generar cierta confianza, observar su cotidianidad”, comenta Marta, “a mí lo que me gusta es imaginarme escenas a partir de lo que yo ya he observado anteriormente.
Yo pienso en mi trabajo como un intercambio entre los personajes y yo. Por eso hicimos tantos viajes y convivimos tanto con la gente”.
La cineasta acostumbra pasar largas temporadas en los lugares que documenta para comprender la manera particular de entender el mundo de sus habitantes.
“Yo suelo imaginar escenas a partir de lo que he visto. Sí hago un guion porque me ayuda a estructurar las ideas, pero casi siempre cambia. Yo creo que lo más difícil es encontrar un equilibrio entre ser fiel a tus ideas y estar abierto a que eso pueda cambiar y darle la bienvenida a las cosas del azar que te pueda dar la realidad. La escena del tren al inicio, en la que están jugando dominó fue bastante ficcionada, pero la hice a partir de algo que pasa todos los días. Hay otras escenas que fueron totalmente improvisadas, como la del joven que estaba con un estéreo sobre las vías. Estábamos haciendo unas tomas y de pronto salió este chavo y aprovechamos el momento”.
El proyecto inició en el 2012, cuando en un viaje a Barcelona un amigo le mostró unos videos en Youtube del canto cardenche. “Aquella noche soñé con tres bocas que me cantaban al oído y me desperté con la idea de hacer una película. No tenía ni idea de cómo lo iba a hacer, pero ahorré un dinero junto con el sonidista Adrián Pujol, para irme a Torreón”, precisa Marta, quien realizó la primera visita a Sapioriz en noviembre de ese mismo año. “Estuvimos algunos días ahí y conocimos fácilmente a los cardencheros, fue muy maravillosa la apertura y la disposición que hubo de parte de la gente de Sapioriz desde un inicio”. Un año después Ferrer visitó por primera vez La Flor de Jimulco, a pesar de que le habían insistido que en ese lugar ya no había cantores.
“Por algunas fotos que yo había visto de la hacienda y las casonas de La Flor me daba la impresión de que tenía que haber cardencheros. Yo sabía que tenía que ir. Cuando nos dieron el apoyo para desarrollo del IMCINE (Instituto Mexicano de Cinematografía) visitamos por primera vez La Flor y así fue como conocí a Refugio Agüero y a Heriberto Aguilera. Yo siento que el cardenche lo conocí a profundidad en este ejido”.
En el año 2014 Ferrer consiguió el apoyo de FOPROCINE (Fondo para la Producción Cinematográfica de Calidad), con el que pudo permanecer un mes entre La Flor y Sapioriz. “Era la primera vez que yo tenía tanto presupuesto para hacer un documental, aunque al final no era nada porque como yo suelo permanecer mucho tiempo en los lugares, eso siempre cuesta. Yo no he cobrado un peso por esta realización. Hacia el final logré que el productor Daniel Gruener nos apoyara para terminar la posproducción. Todo se pudo hacer pero sí estuvimos muy justos de presupuesto,” cuenta Ferrer.

El cardenche femenino
Los hacendados solían contratar hombres para disponer de su fuerza física. Tras el reparto agrario, durante el cardenismo, este modelo económico desapareció, por lo que el cardenche dejó de ser una manifestación asociada al trabajo y se incorporó a cierta clase de convivencia exclusivamente masculina.
Sin embargo, las mujeres desarrollaron variantes en el ámbito privado. Casi siempre dedicadas a las tareas del hogar, perpetuaron una memoria musical profundamente íntima: cantando suavecito mientras cocinan para sus hijos y los maridos, quienes debajo de un mezquite suelen reunirse a cantar y beber sotol.
A morir a los desiertos muestra esa otra cara de la tradición al retratar a dos entrañables ancianas sentadas sobre la cama y contando sobre su experiencia de vida relacionada con el canto. “A mí me causó cierta contradicción personal hacer un documental en el que los protagonistas fueran solamente hombres, pues este canto es masculino”, confiesa Marta, “pero yo quise mostrar a las mujeres como yo las observaba cotidianamente: adentro de la casa, como en la escena en la que está el taller de canto afuera y ellas están adentro en silencio”.
La cineasta considera que le impactó que ellas casi siempre permanecieran en interiores y que los varones fueran los portavoces. A diferencia de su primer documental, El Varal, en el que las mujeres guanajuatenses que lo protagonizan se caracterizan por su gran capacidad de decisión en el seno de un contexto emigratorio, “las mujeres de Sapioriz y de La Flor no se atreven a decir que son cardencheras”, señala Marta, “por eso la escena de las abuelitas cantando es entrañable, porque en esa infinidad del cuarto ellas hablan de su vida sin tapujos. Es un poco como la pequeña revolución dentro de su casa, porque, aunque las limitaran, a ellas no les importó y siguieron cantando”.

Entre la tradición y la cultura de masas
En los últimos años la canción cardenche ha cobrado notoria visibilidad gracias al interés que ha adquirido en foros televisivos y escenarios nacionales e internacionales de la Ciudad de México, Washington, Nueva York, París, entre otros.
Músicos de formación clásica, como los que conforman El Coro Acardenchado, dirigido por Juan Pablo Villa, la cantante oaxaqueña Lila Downs y los raperos laguneros Caballeros del Plan G, han retomado los tonos y las letras para concebir nuevos registros musicales y hacer posible otras formas de circulación masiva de la canción cardenche.
Sobre la tensa relación entre tradición y cultura de masas Ferrer menciona que la película hace esa pregunta hacia el final. “Yo pienso que el mundo evoluciona y que las tradiciones son reflejo de un momento, pero si un contexto cambia, la tradición también lo hace. Lo que hace el Coro Acardenchado o los Caballeros del Plan G es dar una herramienta para dar a conocer el canto cardenche y esto es interesante, porque el hip hop jala a los más jóvenes, que suelen ser los que valoran menos este tipo de cosas. Pero si los jóvenes escuchan que los raperos traen letras y ritmos de estas tradiciones pues entonces eso es rescate y eso hace posible que ellos valoren”.
A morir a los desiertos estará en exhibición en cinetecas y pequeños foros de las ciudades de Monterrey, Ciudad de México, Guadalajara, San Cristóbal de las Casas, Jalapa, Tepic y Toluca.