Mayra Franco

Diario Desconcierto: La “normalidad” antes y después de la pandemia

¿Qué es lo normal? ¿A qué nos referíamos con la normalidad? El término normalidad es contingente, subjetivo y arbitrario. Hoy es normal salir a la calle, hace menos de tres años era normal permanecer encerrados en nuestras casas; hoy es normal acudir a emborracharse a las cantinas, hace menos de tres años fue normal sentir desesperación por la escasez de alcohol… Al menos en mi caso; hoy es normal enseñar nuestros feos rostros, hace tres años el cubrebocas se volvió parte de nuestro ajuar diario, incluso hubo quienes se esmeraron por combinarlo con su ropa —antes muertas que sencillas—; la normalidad la vamos construyendo sobre la marcha, y por eso es común vivir en tiempos confusos.

Cuando comenzó la pandemia se potenció mi angustia, prueba de ello son los registros que he hecho en este Diario Desconcierto. Hace tres años yo ya me sentía angustiado. El calor, la falta de agua, el absurdo transporte público, nuestros incompetentes gobernantes y un largo etcétera de carencias y atropellos ya estaban instalados en nuestras vidas antes de la pandemia. La normalidad antes y después de la pandemia se ha tratado de inercia. De ser jalados por el día a día. Por eso, en medio de la pandemia, me llamaba la atención cada que escuchaba el comentario de otro desorientado diciendo que extrañaba la “normalidad”.


¿A qué se referían exactamente al decir que extrañaban lo normal?

Creo que el gran mal de nuestros tiempos es la nostalgia. Sufrimos una nostalgia patológica. Eso explica los fenómenos cinematográficos de remakes o reboots, de series ambientadas en los ochentas o noventas, cuando todos nosotros no éramos paranoicos, cuando no estábamos al pendiente del horror del mundo. Ahora la nostalgia es parte de nuestra normalidad.

El refugio de pensar en que todo antes era más sencillo, o menos complicado, es un consuelo al que todos hemos acudido. ¿Pero en realidad todo era mejor antes, en especial antes de la pandemia?

Recuerdo cuando comenzó la cuarentena, muchos auguramos dos meses de inactividad, nunca imaginamos en lo que se volvería. Nunca pensamos que se aceleraría todo lo que se anunciaba de manera tímida desde el 2012: juntas de trabajo virtuales, clases virtuales, apps de delivery de cualquier porquería, apps de entretenimiento inmediato y olvidable, una crisis económica, un fin del mundo intermitente, lento, absurdo, doloroso… Pero ya volvimos a la “normalidad”, ¿no?

Supongo que regresar a la “normalidad” era la aspiración de regresar a una tranquilidad. Pero esa “tranquilidad” nos la brindaba el capital operando, manteniéndonos ocupados en no cuestionar a la normalidad. Durante los primeros meses de pandemia habitó el temor de morir abruptamente por un virus, pero antes de ese temor, teníamos un intercambio de nuestro tiempo y vitalidad por una rutina de trabajo reconfortante por conocida, por normal.

Tengo la sensación de que la “normalidad” para muchos se traduce como excesos, y cuando estos excesos tuvieron un aparente freno, se trastocó la vida.

Con los meses y un poco menos de angustias, creo que sí existe una posibilidad de tranquilidad, pero ésta debe llegar cuestionando el concepto de “normalidad”, pues esa misma normalidad es la que nos impide pensar en que las cosas pueden ser distintas.