Por Francisco Valdés Perezgasga
Curiosamente estamos acostumbrados a hacer esta pregunta de una forma más acotada: ¿De dónde viene el agua de mi casa? La respuesta generalizada es que el agua viene de la llave, del grifo, de un tubo.
Para entender los bretes del agua en La Laguna requerimos abrir nuestra visión. No me refiero a quedarnos solo en que el agua nos cae del cielo.
Si siguiéramos el periplo de una molécula de agua que bebimos hoy, tendríamos que empezar, como mínimo, en las aguas del Atlántico oriental, frente a las costas de África.
El calor del sol ecuatorial la evaporó, arrancándola del vasto océano y llevándola hasta hacer comunidad con otras moléculas a las que el frescor de las alturas condensó e hizo nubes.
Estas nubes empezaron entonces a moverse, merced de la rotación del planeta, hacia el oeste, hacia la otra orilla atlántica.
A su paso fue adquiriendo nuevas moléculas de agua y formando una tormenta poderosa. Eventualmente, se volvió huracán y azotó las costas de las Américas.
Algunas de estas tormentas brincaron al Pacífico, donde volvieron a tomar fuerza y algunas golpearon las costas occidentales de México.
La fuerza de estas tormentas, las atlánticas y las pacíficas, lograron brincar las barreras de las sierras madre oriental y occidental para entrar al altiplano, donde nos encontramos nosotros.
Casi toda el agua con la que contamos en la Comarca Lagunera cayó del cielo a cientos de kilómetros de aquí, en los frescos bosques de la Sierra Madre Occidental en Durango.
El suelo de un bosque en buen estado es una esponja de raíces, filamentos de hongos, hojarasca y materia orgánica. Absorbe la lluvia, la guarda y le permite moverse cuesta abajo hasta surgir, filtrada, limpísima, en manantiales que forman riachuelos, luego arroyos, luego ríos, como el Nazas.
Los ríos conducen el agua superficial, pero existe también un río, menos obvio, que discurre a los lados y por debajo del que vemos desde el aire.
En algunos sitios, dependiendo de los estratos geológicos, los ríos pueden formar vastos depósitos llamados acuíferos.
El río Nazas nace de la confluencia de los ríos Ramos y Sextin. Esa confluencia está ahora sepultada bajo un gran lago artificial en la Presa Lázaro Cárdenas.
De ahí continúa su camino y da vida a comunidades grandes como Rodeo y Nazas, y otras más pequeñas.
Esta cuenca media está en muy buenas condiciones ambientales y es un gozo recorrer el camino entre Rodeo y Nazas, y desde la carretera ver esa enorme serpiente de ahuehuetes, álamos y sauces formando un abigarrado bosque de galería que alberga una biodiversidad inusitada.
Finalmente, el Nazas llega a la Presa Francisco Zarco, donde el flujo es regulado de acuerdo a las necesidades exclusivamente de la agricultura, lo que le niega todos los otros valores que el río posee: los valores biológicos, paisajísticos, identitarios y hasta espirituales.
Así, el agua del Nazas se vuelve una mercancía para alfalfares, maizales y nogaleras.
Fuera de la Presa Francisco Zarco, solo nos queda un pequeño tramo de río vivo que aún resiste: el Cañón de Fernández.
Después de cruzar la carretera federal Lerdo-Durango en los Puentes Cuates, el río es un pobre recuerdo de lo que aún en los noventas fue. A Lerdo llega ya muerto.
Lo que sigue es una pesadilla. Un río sacrificado en el altar del dios dinero. Un páramo. Un basurero.
El Nazas muy rara vez llega a la Laguna de Mayrán, un delta ocasional que en siglos y milenios pasados no tendría nada que envidiarle al milagro de Okavango en la lejana África.
En todo este camino el agua del río, sumada al agua que cae localmente, formó un vasto depósito subterráneo llamado Acuífero Principal de la Comarca Lagunera, de donde, también decretada mercancía, sale el agua para cultivos, industrias y hogares.
El agua que bebemos no sale de la llave, viene de muy lejos.
Esa mercantilización del agua es la que nos tiene emproblemados a las laguneras y a los laguneros.
Nuestro acuífero está herido y está enfermo. Su sobreexplotación hace cada vez más difícil la extracción de su agua que, una vez alumbrada, resulta tener grandes concentraciones de arsénico.
Urge que, como sociedad, valoremos en todas sus dimensiones al agua. Repetimos que “el agua es vida” sin aprehender el significado completo de la frase.
El agua no sólo es un recurso natural, un bien que está ahí para nuestro beneficio económico. El agua nos da más, mucho más.
Por no reconocer lo obvio, hemos hecho el desastre que estamos viviendo y que nos enferma.
Urge imaginar otro mundo en el que el agua sea usada con juicio, con reverencia incluso, para poder soñar con un futuro para todas y para todos.
Foto de portada: Francisco Valdés Perezgasga