Al acecho de los ebrios

Quince meses después, volvieron los alcoholímetros. El 1 de julio fue la fecha indicada, día de beisbol en el Revolución. Voy con la firme intención de no beber alcohol, no caeré en la trampa.

Desde que tomo la avenida Juárez comienzo a ver las patrullas de Vialidad y la Policía Municipal; será un día de mucho trabajo, rondines, revisión. Un día antes, me platican, ya andaban muy activas. “Salí a comprar cigarros y vi a tres patrullas de la Municipal ir a la caza de tres carros alrededor del estadio. Parecía que iban tras delincuentes”, me dijo un amigo.

Me estaciono a la vuelta, por “la Nazario”. No había más lugar. Tengo que caminar. Llego a mi lugar y me dispongo a disfrutar el “Rey de los Deportes”.

Al terminar, la fiesta comienza en la casa de los Algodoneros. Prácticamente, dentro del inmueble hay tres bares en acción: la terraza, el nuevo que está a nivel del campo y la explanada. En todos hay música, baile, buen ambiente y mucha cerveza; para todo hay público. Afuera esperan varios taxis dispuestos a aprovechar que, muy probablemente, habrá trabajo. Afuera también pasan las patrullas, como esperando sigilosamente a su presa; torretas apagadas.

Me dirijo a mi carro, que dejé detrás del estadio. Pasan de las 11:00 de la noche, seguramente ya están instalados los alcoholímetros, como lo hacían antes de que arreciara la pandemia. Una vez dentro del vehículo, lo enciendo y conduzco. No quiero problemas, así que trataré de no llamar la atención. No quiero perder el tiempo, por eso no tomé hoy.

Avanzo hasta donde termina “la Nazario”, atrás del estadio, y sale a mi paso una patrulla. Traigo el cinto de seguridad puesto, voy a una velocidad prudente y con aliento fresco. La preferencia es para mí. La patrulla da vuelta y me alcanza. El copiloto me hace la seña de que me orille; torreta apagada.

—Buenas noches, joven, ¿cómo anda? ¿Algo de bebidas embriagantes? —me cuestiona un policía municipal.

—Buenas noches, oficial, pura agüita mineral —le contesto, obvio con el cubrebocas puesto.

—A ver, sópleme

Le soplo, sin quitarme el cubrebocas.

—Mmm… bueno, pues vamos a hacerle la prueba de alcoholemia.

—Oficial, ¿por qué hizo que me detuviera? ¿Cometí alguna infracción?

—Andamos revisando conductores, ya ve que hay muchos accidentes.

—Ok. Ya me revisó. ¿Me puedo ir? Ya vio que no tomé —respondo fastidiado.

El diálogo/discusión se alargó, hasta que bajó su compañero, un poco más serio, parecía de mayor rango.

—Aquí el joven no se quiere quitar el cubrebocas —le dice el primer policía.

—De eso se trata, ¿no? De cuidarnos, todavía estamos en pandemia —argumento.

Y es verdad. Por lo general, cuando ando en la calle, traigo el cubrebocas puesto. Sobre todo si se acerca a la ventana de mi auto una persona que se la pasa interrogando a quién sabe cuántas personas al día.

—¿A dónde se dirige, joven?

—A mi casa.

—¿De dónde viene?

—Del estadio, apenas avancé unas cuadras y me pidieron que me detuviera.

Mientras alegábamos, patrullas por todos lados. Torretas apagadas.

—Y no se quiere quitar el cubrebocas por la pandemia… y en el estadio, ¿no hay gente? ¿O ahí cómo le hace?

—En el estadio no me quito el cubrebocas. Además, donde me siento no hay muchas personas. Pero ahí ya cada quien sabe. Yo trato de hacer lo que me toca. Le repito: ¿Me detuvo por algo? ¿Cometí alguna infracción?

Los dos guardianes del orden voltean a verse. Ninguno trae cubrebocas, no lo han traído en ningún momento. Quizá para ellos, ya no hay riesgo.

—Puede irse, joven.

Camino a casa, me toca un alcoholímetro. Lo paso sin problema.

En esa primera noche, la del primer día del mes, 17 personas fueron detenidas por manejar en estado de ebriedad; 14 en los puntos de revisión y tres, por patrullas como la que me detuvo a mí, “al azar”. Eso, en Torreón. En Gómez, el fin de semana dejó más de 30 detenidos.

¿Y qué pasa si te detienen? La multa ronda los 12 mil pesos; 4 mil para abandonar los separos (la “Colón”), dinero que hasta hace 15 meses se quedaba en un cajón de la persona que esté en turno. No dan recibo por eso. Otros 4 mil o 5 mil son de la multa por la falta administrativa. El resto es para la grúa (que ellos escogen y no es la más económica), el traslado y los días que tardes en sacar tu auto. Al menos aquí, alguien hace negocio… Más trámites y copias.

¿A dónde irá a parar el resto del dinero recaudado cada semana? La mejor opción siempre será no combinar el alcohol y el volante.