A ciegas

Francisco Valdés Perezgasga

La fuga de bióxido y trióxido de azufre el pasado 2 de marzo en la planta de ácido sulfúrico de Peñoles en Torreón reveló una preocupante ausencia de protocolos de seguridad en nuestra ciudad.

Si bien en esta ocasión el incidente no parece haber pasado a mayores, el vacío de autoridad que vimos ese día puede tener consecuencias desastrosas en el futuro.

Un evento tan visible como el de ese miércoles por necesidad crea inquietud. ¿Qué pasó? ¿Es seguro acercarse? ¿Debo evacuar mi casa o mi trabajo?

En los primeros minutos es imperativo comunicar a la población qué está pasando, qué riesgos hay, que acciones se deben tomar, durante cuánto tiempo y qué se está haciendo.

En Torreón, ese miércoles, la autoridad nunca apareció. Supongo que es a Protección Civil a quien le toca actuar y aparecer en medios y redes.

Por la noche, cuando ya todo había pasado, no había ningún comunicado público.

Creo que este asunto no es menor. El Sistema Nacional de Protección Civil inició en nuestro país a raíz de los terremotos de 1985, hace 37 años. Entonces no se explica este vacío de acción y de comunicación que se vio en Torreón.

Lo que sucedió entonces fue que ese vacío fue llenado por los rumores (explotó una bomba de ácido, se está evacuando a la población).

Rumores que se van amplificando a fuerza de difusión y repetición. Un escueto comunicado de la compañía no fue —ni tenía porqué serlo— sustituto para el vacío de la autoridad.

Trabajo en el Instituto Tecnológico de La Laguna, a un lado de Peñoles. En los grupos de WhatsApp de profesores y alumnos, los rumores destemplados invitaban al pánico.

La realidad era otra. Estudiantes en clase o moviéndose entre aulas y laboratorios, en paz. Sin toser y sin quejarse.

Probablemente la nube de óxidos de azufre afectó otras zonas de la ciudad, quizás a ninguna. No lo sabemos, aunque espero que algún día lo sepamos.

Cuando era niño, adolescente y joven, la metalúrgica emitía óxidos de azufre, producto del beneficio del mineral. Los emitía directamente a la atmósfera.

Si el viento llevaba esa nube hacia donde uno estaba, la irritación de ojos y mucosas se presentaban de inmediato. Resignados, decíamos: “está fuerte la meta”.

Luego ese desecho se convirtió en insumo para la producción de ácido sulfúrico.

La “meta” ya nunca estuvo fuerte salvo cuando sucedía una fuga accidental de los humos sulfurosos.

Por esa memoria infantil y juvenil, y la escasa información pública (fuga de óxidos de azufre), sabía que en el Tec no había razón para el pánico.

Para la población que no vivió o no recordó aquellos episodios, cabía cualquier explicación, cualquier rumor, cualquier falsedad.

No quiero minimizar el evento. Creo que corrimos con suerte. No sólo por el daño que pudo haber causado la dejadez de las autoridades, sino por el evento mismo.

La neblina asesina de Londres en diciembre de 1952, que mató a 12 mil personas y enfermó a más de 100 mil, fue una combinación de óxidos de azufre y partículas suspendidas en un contexto de una fuerte inversión térmica.

El crudo invierno provocó el fenómeno meteorológico (que, por cierto, ocurre en La Laguna en tiempo de frío) y orilló a la población a quemar más carbón mineral de baja calidad, rico en azufre.

Las razones y las condiciones fueron muy diferentes en aquel Londres que en este Torreón, pero los ingredientes de aquella tormenta perfecta también los tenemos aquí.

Démonos de buenas que lo de ese miércoles no pasó a mayores y que la inexplicable abdicación de funciones de las autoridades no propiciaron mayores problemas.

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