Francisco Valdés Perezgasga
León, Guanajuato, cumple en 2023, 447 años de su fundación. Saltillo, 446. Chihuahua, 371. Durango, 460. Zacatecas 475. Parral, 392. San Luis Potosí, 430. Real de Charcas en el desierto potosino, 445 años. Guanajuato, 453. Querétaro, 492. Parras, 425, los mismos que Mapimí. Torreón, 116 años.
¿Por qué esta disparidad? Nuestra región estuvo en el camino de quienes fundaron todas estas ciudades, había agua en abundancia y buenas tierras. Sin embargo, pasó mucho tiempo para que este desierto convocara a una comunidad a establecerse.
Sostengo que esta omisión representa una derrota de la imaginación. Los minerales, en especial aquellos que se transforman en metales preciosos, son imanes para la llegada de cazadores de fortuna. Así fue aquí y así ha sido en todas partes. Por ello tantas ciudades de las que mencioné llevan el nombre de Real de Minas.
Pero la derrota misma de la imaginación hizo que tantas de estas comunidades terminaran mal. Agotada la veta, caducó el pueblo. Mapimí, Charcas, Catorce y tantos otros casos son testigos del ascenso y la caída de comunidades congregadas alrededor de un recurso, incapaces de diversificarse o de imaginar un futuro tras la desaparición de la veta.
El agua y la tierra fértil del país de las lagunas no fueron en un principio detonantes de la imaginación y la avaricia. La producción agrícola parece ser más lenta y menos rentable que la producción minera.
Fue la llegada del ferrocarril, capaz de mover cosechas de exportación —el algodón, por ejemplo— la que sentó las bases para el establecimiento de nuestras ciudades. Es decir, hicieron falta soñadores, hizo falta la imaginación. Un sueño y una imaginación que hicieron que Torreón maravillara al mundo a principios del siglo XX por su pujanza y riqueza, pero también un sueño que llevaba ya dentro la semilla de la pesadilla que es nuestro presente.
En el fondo lo que operó en ese sueño lagunero fue el sueño del minero trasladado a la agricultura. La explotación desmedida ya no de la veta mineral, sino del río y del manto acuífero. Empezamos una historia cuyo final ya habíamos visto. En Mapimí y en Charcas. Agotado el recurso, el agua, desaparecerá nuestra comunidad. El agua, indispensable para la vida, se usó de manera irresponsable para transformarla en riqueza en el menor tiempo posible.
No saldremos de esta crisis con la caja de herramientas que usamos para provocarla. No serán los tubos y los ladrillos —Agua Saludable es su expresión más extremista— los que nos salven. De hecho son falsas soluciones que sólo nos dañarán más si no enderezamos el rumbo.
La herramienta que hoy necesitamos, de nuevo, es la imaginación. Un nuevo sueño. Imaginar un futuro diferente a la catástrofe que se nos avecina. Soñar ya con un Nazas vivo. Soñar con un río que vuelva a discurrir desde las montañas de la sierra hasta la Laguna de Mayrán.
Como sucede con todo sueño, al principio llamará a la burla y al desprecio. Pero entre más mujeres y hombres y niñas y niños lo soñemos el renacer del Nazas se volverá imparable como imparable será el agua bajando por los cauces secos, saciando la sed de sus acuíferos, reforestando sus orillas con álamos y sauces y ahuehuetes. Trayendo frescor y sombra y vida a lo que hoy yace muerto. Cambiando el talante de quienes aquí vivimos, como lo ha cambiado cada vez que experimenta una avenida extraordinaria.
El Nazas debe volverse el campo de nuestros sueños, no ser más un basurero urbano, no ser nunca más sitio de conciertos, ni de misas, ni de unidades deportivas. El Nazas aún existe y espera a sus corrientes perdidas como espera a sus hijas y a sus hijos que se movilicen y exijan que vuelva a ser el río vivo que durante tantos milenios fue.