#8M2021: No somos las mismas

“No somos las mismas”, pienso al pisar la explanada de la Plaza Mayor. Es 8 de marzo y deben de faltar unos cinco minutos para las seis, hora en que comenzará el programa que prepararon las morras de Mujeres que Luchan por Mujeres para la conmemoración del Día Internacional de la Mujer.

Delante de mí caminan Ruth, Lulú y Tania, amigas del círculo de lectura feminista de El Astillero Libros. A Ruth la he visto varias veces durante la pandemia, a Lulú sólo en sesiones virtuales y en persona hasta ayer domingo que nos reunimos a seleccionar frases para unos dípticos que repartiremos hoy. Intentar recordar la última vez que vi a Tania me lleva hasta aquel histórico 8M de 2020.

Ese día, además de Tania, Ruth y otras tres mil mujeres, marché, grité a voz en cuello consignas sedientas de justicia y me conmoví hasta las lágrimas al lado de mi hermana Liliana, Ile, Lucila, Anahí y Laura. No verlas hoy y advertir que, a pesar de la excelente convocatoria, evidentemente no alcanzamos la cifra del año pasado, me hace pensar de nuevo que no somos las mismas.

Un pensamiento funesto atraviesa mi mente. Me estremezco. Nunca somos las mismas. Nos faltan muchas, cada día nos faltan al menos once más. Agradezco saber que las mujeres que hoy echo de menos están en casa, decidieron dar la batalla de otras maneras.

“La concentración no le resta a otras trincheras”, me dijo Lucila esta mañana. Al igual que yo, y supongo que muchas, se debatía entre acudir o no a esta concentración. Coincido con ella. Yo tardé en decidirme también. Cuando comencé a ver que las colectivas se estaban organizando entré en conflicto.

¿Y la pandemia? Once feminicidios diarios. ¿Y la sana distancia? Aumento de violencia contra las mujeres en el hogar. ¿Y el cubrebocas? La comodidad del silencio. Por cada razón para no venir había una para hacerlo. Sobra decir cuáles pesaron más.

“El uso de cubrebocas es obligatorio, se respetará la sana distancia, llevaré mi botellita de gel, seré prudente al saludar, igual que en la concentración de noviembre…”, me decía para calmarme ante el riesgo de contagio. Otras amigas que me mensajearon para preguntar si iría tenían las mismas inquietudes.

Atravieso la Plazuela Juárez rumbo a los pies de la escalinata de la Plaza Mayor, donde ya se concentra un buen número de chicas. Mi cálculo mental es interrumpido por Mayra. A ella le parece que hay mucha gente. “Yo pensé que habría más”, le digo.

Paseo la vista por las calles aledañas en busca de coches cargados de muchas más morras. No dejo de añorar la marea morada y verde del año pasado. “No somos las mismas”, vuelvo a pensar.

Avanzamos hasta el lugar donde están las bocinas, por ahí veo a las integrantes de Mujeres que Luchan por Mujeres, la colectiva convocante. Mayra parece interesada en ubicar a las organizadoras. Veo a unos metros a Elena y la llamo para presentársela a Mayra. Mientras Elena me platica las complicaciones del día (no ha comido y su camioneta tronó cuando movían el equipo que necesitaban para el evento), Mayra saca su cámara y le pide permiso para fotografiarla.

Mis amigas del círculo comienzan a alejarse de ese punto. Ruth quiere estar cerca de la batucada. Invito a Mayra a venir con nosotras, pero prefiere rondar por toda el área para capturar instantáneas. Nos despedimos momentáneamente.

“¡Aleeeeeerta! ¡Aleeeeeerta! ¡Alerta, alerta, alerta que camina, la lucha feminista por América Latina! ¡Y tiemblen y tiemblen y tiemblen los machistas, que América Latina será toda feminista!”, comienzan las proclamas de las morras de la batucada. Las asistentes nos sumamos, pero las voces aún no resuenan tan fuerte. Muchas todavía no encuentran el lugar idóneo o bien están a la espera de sus amigas. Yo tardo en hallar el volumen adecuado para que mi voz traspase el cubrebocas.

Las organizadoras nos indican que debemos pararnos sobre las tachas negras que han trazado en el suelo. Todas volteamos al piso y luego a ver a nuestras amigas sólo para comprobar que no estamos tan cerca como quisiéramos. Ni hablar. Es pandemia y hay que cuidarnos.

La voz de Aleida vibra en los altavoces. Da la bienvenida y los ánimos se inflaman cuando argumenta a favor de la manifestación a pesar de la pandemia. “Nunca volverán a tener la comodidad de nuestro silencio”, es la frase que antecede el repaso estadístico que hace necesaria nuestra presencia en esta concentración.

La agenda mediática nacional se cuela en nuestra manifestación. “¡Un violador no será gobernador!”. Así repudiamos al unísono la hasta ese momento posible candidatura a la gubernatura de Guerrero de Félix Salgado Macedonio, acusado de abuso sexual. Al igual que a AMLO por no atreverse a romper ese pacto patriarcal que ha permitido que hombres abusivos hagan carrera política y en cualquier ámbito.

Hay mujeres de todas las edades: por allá está Tina, artista visual y amiga del círculo de lectura, con una copia de un texto intervenido que nos compartió ayer por el grupo de WhatsApp. La acompaña su joven hija (quien acaba de sumarse al círculo) con los carteles que diseñó también desde el domingo junto a su mamá.

Foto: Jessica Ayala

Sigo viendo a mi alrededor y me distraigo leyendo las pancartas que cientos de mujeres de todas las edades han preparado con tanto ingenio. Imagino sus rutinas diarias y pienso en todo aquello que interrumpieron para prepararse y venir. ¿Con cuál de los problemas sobre los que rapean las morras de Tu segunda madre lidiarán? ¿Cuántas padecen el abandono del padre de sus hijxs? ¿Cuántas están desempleadas? ¿Cuántas sufren día a día el nefasto acoso callejero? ¿A cuántas no les han creído cuando se atreven a señalar abuso? ¿Cuántas cargan con burlas y culpas por hablar del miedo con que viven, del terror de ser mujer en este México feminicida? ¿A cuántas nos prestarán atención cuando sea demasiado tarde?

“Si un día soy yo, búscame en las estrellas”, “Si un día no regreso, abracen a mi mamá”, “Si mañana soy yo, quiero ser la última”. La posibilidad siempre en el aire… Imagino las historias de las mujeres víctimas de feminicidio, ¿habrán esbozado alguna vez frases como las de estas pancartas? ¿Cuántas agresiones acumularon antes de que las asesinaran? Pienso en los abusos y las violencias que nos han reunido aquí. Cada rostro puede ser el de una joven acosada o manoseada, de una trabajadora discriminada por razón de género, de una madre golpeada, de una niña violada…

Los vítores me traen de vuelta. Busco el motivo de los aplausos, lo encuentro en el muro izquierdo que flanquea la escalinata: alguien ha puesto la leyenda “Félix Salgado violador”. Me uno a la celebración.

Tu segunda madre canta su último tema y los ánimos siguen elevándose. De un momento a otro abandonamos nuestras posiciones seguras y nos aglutinamos para estar más cerca de ellas en su despedida. Las organizadoras tienen que intervenir. “Por favor, vuelvan a sus lugares. Las escalinatas son para madres y mujeres mayores. Respetemos los acuerdos, respetemos las distancias”, nos dicen por el sonido y nos repiten las chicas del contingente de seguridad. A mí alrededor nadie se niega a hacer lo posible por conservar la sana distancia. Pero cada vez somos más y se nos complica.

“Varones, manténgase fuera del perímetro, se les recuerda que este es un evento separatista”, dice Aleida al micrófono. La mayoría de los hombres que están cerca del espacio que se ha dispuesto como foro son de la prensa. Más tarde todas nos uniremos al grito de “¡Fuera! ¡Fuera!”, dirigido al reportero de Noticias de El Sol de La Laguna, quien hizo caso omiso a las repetidas ocasiones en que las morras le pidieron respetuosamente que cumpliera su labor detrás de la línea.

El hecho me recuerda un conversatorio que tuvo Erika Soto con Valeria Angola esta mañana. En él, la activista antirracista se posicionaba en contra del separatismo, para ella la lucha política de las mujeres no debe apartar a los hombres. Aunque entendí sus argumentos y le doy la razón en muchos sentidos, mi postura es a favor del separatismo en manifestaciones como la del #8M; si las organizadoras la han querido separatista, nosotros tenemos tres opciones: respetar, no asistir u organizar otra. Una manifestación o concentración no es la totalidad de la lucha política contra la opresión.

Grito “¡Fuera!” mientras mis reflexiones acerca del separatismo siguen en curso, aunque parezca una contradicción. Decido no entregarme al conflicto teórico, sino a mi aquí y ahora. Sí, las palabras de Valeria me movieron el piso, ¿pero cuándo se ha quedado estático? Desde que empecé a leer sobre feminismo y mujeres, y en compañía de otras mujeres, la vida se me transforma día a día con cada idea, con cada perspectiva, con cada vivencia, en una suerte de dialéctica. Mi única certeza es que así es cuando estás abierta a aprender, a vivir. Lo dicho: nunca somos las mismas.

Tras el número de clown de Lola Vargas, que casi no alcancé a escuchar, la bella Jessie Urbina aparece en escena. A ella también la conocí en el círculo de lectura, en la etapa digital que comenzamos debido a la pandemia. Es una chica valiente y llena de energía, pero aún así me sorprende y me enorgullece ver su soltura al interpretar Equidad, una propuesta coherente con sus causas antiespecista, ecologista, vegana, pacifista y anarquista, pero sobre todo con su gran sensibilidad.

Escucho la voz de Abril, otra amiga del círculo, enumerando, a nombre de la colectiva Maternidades Feministas de La Laguna, las problemáticas a las que se enfrentan a diario las madres de familia y sus hijxs y que se han agravado con la pandemia. Espacios seguros para niñas, niños y sus madres; atención digna al derecho a la educación y acceso a la salud mental son las principales exigencias de las mujeres que crían. Sobre ella todos los Estados han cargado un sinfín de responsabilidades sin consideración alguna durante este año de contingencia sanitaria.

Foto: Jessica Ayala

“Yo todo lo incendio, yo todo lo rompo, si un día algún fulano te apaga los ojos”, Lah Vidú interpreta el himno compuesto el año pasado por la coahuilense Vivir Quintana. Imposible no estremecerse. Ruth saca su celular para seguir la letra. “Cantamos sin miedo, pedimos justicia, gritamos por cada desaparecida, que resuene fuerte ‘¡nos queremos vivas!’”. Las emociones recorren nuestro cuerpo y se transforman en voz que se adelanta a la de Lah Vidú. “Voy a cantarla más lento, porque me tiembla todo”, había dicho ella antes de comenzar a cantar.

Con los ánimos a tope, volvemos a acercarnos y tienen que recordarnos que respetemos la sana distancia y que está prohibido quitarse el cubrebocas. Nos advierte Aleida que la policía está tomando fotos. “La poli no me cuida, me cuidan mis amigas”, comenzamos a entonar en automático mientras alzamos el dedo medio. Recuerdo en ese momento que poco antes recibí un mensaje de mi amiga Mayra avisándome que se retiraba, vive en Gómez y debe alcanzar camión. Le ofrezco llevarla al término, pero su respuesta tarda en llegar. Me agradece, pero dice que prefiere irse en bus. “Bueno, me avisas cuando llegues”. A veces estar al pendiente de que la otra llegue a casa a salvo es la única manera de cuidarnos.

Foto: Cortesía de Erika Soto

Luego de escuchar a Lynna Limones y Ants Ixim de Escénica Fantoche, mis amigas y yo decidimos retirarnos. Ya pasa de las ocho de la noche y tenemos pendientes en casa. Acordamos vía WhatsApp con las que andan dispersas un punto de encuentro para tomarnos una foto. Hace tanto que no nos veíamos todas en persona y no sabemos cuándo lo volveremos a hacer. Acudimos sólo nueve, las demás que andaban por ahí tal vez no vieron el mensaje hasta que terminó la manifestación.

Ruth, Lulú, Karlita y yo caminamos por la Matamoros hacia El Astillero, ahí se quedará Ruth y muy cerca están nuestros coches. Conversamos sobre cómo nos conmueve ver a tantas mujeres jóvenes reunidas en la manifestación sin imaginar que nos perdemos la hermosa coreografía de Mexa Fem Danza que mañana será viral. Qué bueno que existen las redes sociales. Qué increíble la forma en que las mujeres convierten el miedo, la rabia y el dolor en arte.

“Avísennos que lleguen bien a casa todas”, escribe Ruth en WhatsApp. Leo el mensaje en el camino. Pienso en aquellos días prepandémicos que nos reuníamos cada lunes, recuerdo a todas las que no continuaron en las sesiones digitales, sus voces, sus risas, sus dudas, sus lágrimas y me invade la nostalgia. Después de todo lo que ha pasado en este año, las dinámicas que cambiaron, los planes que se desplomaron, las nuevas lecturas, cada una ha tomado su rumbo. Definitivamente no somos las mismas y no volveremos a serlo, pero nos queda “eso del feminismo” para encontrarnos de vez en cuando.