Francisco Valdés Perezgasga
El ayuntamiento de Torreón recién convocó a la ciudadanía a participar en el Plan Municipal de Desarrollo. Una iniciativa loable, sin duda.
Sin embargo, a menudo, estos ejercicios se vuelven pretexto para decir que el gobierno está abierto, que el rumbo del municipio, del estado o del país ha sido definido por todos los interesados.
Como tantos actos convocados por la autoridad, la forma es también fondo. El miércoles empezamos mal y tarde. Exactamente una hora tarde.
Si un grupo de ciudadanas y ciudadanos estamos dando nuestro tiempo y nuestro mejor esfuerzo por acudir al llamado de la autoridad, lo mínimo es mostrar respeto por ese tiempo donado. Inserte usted aquí los memes y burlas sobre un evento de planeación mal planeado.
Entre la tardanza y el formato caótico no pude externar mi propuesta. Lo hago hoy por este medio.
Torreón —y La Laguna— pasamos por una situación de emergencia que requiere de una acción fuerte y decidida de la autoridad. Me refiero a la crisis de inseguridad vial.
Diariamente hay volcaduras, choques, atropelladas y lesionados. Muerte, dolor y desolación.
La pandemia nos dio durante semanas calles con poco tráfico, lo que invitó a más de un descerebrado correr a toda velocidad. Hoy estamos viendo el resultado en la sangre que baña nuestro asfalto día con día.
Urge entonces pacificar el tráfico de automotores. Esto se logra con un plan ambicioso de infraestructura, de reglamentación y de reforzamiento de la vigilancia.
Todo esto, aplicado con vigor, al mismo tiempo hará que transformemos conductas más rápido de lo que creemos sea posible.
La variable maestra de los siniestros de tráfico es la velocidad.
Increíblemente, la autoridad municipal en Torreón no considera la velocidad como causal de los hechos de tránsito. Cuando es la principal.
Esta ceguera los lleva a considerar deseables límites de velocidad más altos o “vialidades más ágiles”.
Transformemos a Torreón primero y a La Laguna entera después, en una Zona 30. Treinta kilómetros por hora de velocidad máxima en toda la ciudad.
Las calles rectas y anchas invitan a la velocidad. Hagámoslas sinuosas y estrechas.
Endurezcamos las penas por manejar arriba de los límites permitidos.
Pongamos cámara trampa que documenten -y castiguen- la conducta peligrosa y asesina de quienes corren inmoderadamente.
Que surjan cientos de moderadores de velocidad bien hechos y calculados. Desincronicemos los semáforos.
La vida a una velocidad más lenta será una vida más segura, más tranquila, existencialmente más rica.
Corriendo a velocidades inmoderadas no hace que lleguemos más rápido. Pensemos en los demás, la obrera que va caminando a la maquila, el profe que pedalea al aula. El velador, el pintor, el albañil, la estudiante que se mueven en bicicleta. Las niñas y los niños que caminan a la primaria.
Bajando la velocidad tendremos una ciudad más apacible y con mejor aire.
Hagamos de la calle un sitio donde quepamos todas y todos. Donde transitemos seguros sin importar cómo nos movamos.
La calle completa, una rúa donde haya espacios dignos para todas las formas de locomoción es una aspiración igualitaria. Un anhelo de justicia. Pero una calle completa pasa primero por ser una calle segura.
No tengamos temor y hagamos lo que hace falta. Calmemos el tráfico. Bajemos la velocidad. Dejemos de morir y de matar en nuestras calles. Vivamos.