Navegar en el fango

Escribo estas líneas desde un lugar que no sé cómo definir. Y con ‘lugar’ no me refiero a un espacio físico, sino a la posición emocional, social e ideológica en la que me encuentro desde hace un par de meses debido a mi preocupación por la escasez de agua.

Desesperanza es quizá la palabra que más se le acerca.

Donde quiera que volteo hay crisis hídrica y muy poca voluntad para detenerla o siquiera enfrentarla de modo efectivo a largo plazo.

Es más, hemos llegado al absurdo de que una gran cantidad de propuestas contempla como parte de la solución a los grandes capitales, es decir, a los mismos que han sobreexplotado irracionalmente los recursos y han generado la problemática del agua, además de otros efectos adversos en el medio ambiente. Tal es el caso del proyecto Agua Saludable para La Laguna.

El gris panorama del agua no es exclusivo de La Comarca Lagunera. Se repite en todas aquellas ciudades y regiones que destacan y admiramos por su crecimiento y auge económico.

Porque de nada han servido, ni lo harán, las buenas intenciones que nos bombardean constantemente con nociones ambientalistas superficiales si seguimos ignorando lemas ecologistas como “No a la inversión sin pensar en el futuro”, y más aún, si no podemos imaginar y construir soluciones fuera de la lógica neoliberal.

Hablando de urbes que nos embelesan tanto que nos hacen olvidarnos de preguntas importantes como ¿De dónde proviene tanta prosperidad?, ¿a quién afecta o margina? y ¿cuánto durará?, hace poco viajé a la ciudad de Guanajuato y me llamó la atención una campaña que busca concientizar a la ciudadanía sobre la importancia del cuidado del líquido.

Quise saber a qué obedecía y encontré en algunas notas que la falta de agua es crítica, ya que 19 de los 20 acuíferos de esa entidad presentan déficit y 18 son sobreexplotados.

También he leído notas sobre la escasez de agua en otras partes del mundo.

En el sur de Europa, por ejemplo, el estrés hídrico ya afecta a millones de personas y al turismo, mientras que la agricultura se enfrenta a sequías cada vez más frecuentes y graves.

En Estados Unidos, el lago Mead, que abastece a 25 millones de personas y a millones de hectáreas de tierras de cultivo de California, Arizona, Nevada y México, se encuentra en los niveles más bajos de agua en sus 85 años de historia, por lo que el gobierno norteamericano anunció recortes en las asignaciones del recurso.

Leo esto último en el trabajo titulado “‘Irreconocible’. El lago Mead, una fuente de vida y agua para Los Ángeles se encuentra en peligro”, publicado en julio en el portal The San Diego Union-Tribune en Español.

Para exponer la problemática, el reportaje sigue al pescador Eric Richins, quien suele practicar su actividad favorita en este famoso embalse que luce ya las insoslayables marcas de la disminución de los niveles de agua.

Podemos intuir la desolación ante el escenario a través de las últimas líneas del texto: “‘Esa sensación de lago vacío’, la llamó Richins, como si estuviera de luto. No le disuadió, sin embargo, de hacer lo que tanto le gusta. Volvería a salir al lago en busca de la emoción de la pesca. Espera que el lago Mead no cambie mucho más. Pero no está seguro. Su barca siguió avanzando por las aguas poco profundas, hacia el fango y el barro de la orilla que se expande cada día más”.

Ver que no seamos capaces de pensar soluciones fuera de las dinámicas económicas actuales me hace pensar que el mundo es esa barca que seguirá navegando en el fango, guiada por un ciego optimismo, hasta que no quede nada de agua.

Ese es el lugar desde el que escribo.

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