Un estudio del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval) consigna que la pandemia ha llevado a entre 8.9 y 9.8 millones de mexicanos a la pobreza.
En el peor escenario planteado por el Coneval, los pobres del país pasaron de 61.1 millones de personas (dato de 2018) a 70.9 millones.
Dentro de la pauperización de las condiciones de vida, se destaca que la pobreza extrema ha sumado a sus filas entre 6.1 y 10.7 millones de personas.
Las conclusiones no tienen nada de novedosas. Una establece la urgencia de reforzar la atención a grupos vulnerables y garantizar el acceso de los que menos tienen a bienes y servicios prioritarios.
El asunto es que, como el mismo Coneval refiere, se vive una crisis económica, de salud pública y social.
Datos que desmenuzan parte del alicaído panorama dicen que de enero a septiembre de 2020 se perdieron 788 mil 205 empleos formales registrados ante el IMSS y la tasa de informalidad aumentó.

FOTO: Facebook de la dependencia.
El pueblo mexicano deberá, literalmente, sacar fuerzas de flaqueza, o de obesidad con algún grado de desnutrición. La historia interminable.
En el periodo 2008-2018, apenas 1.3 por ciento de los mexicanos sumidos en inseguridad alimentaria escaparon de esa condición.
Todavía no se determina cuántos mexicanos se han sumado la carencia de víveres en sus mesas a causa del coronavirus.
Coneval ya adelantó que por ahí viene otra cifra cuyo impacto será atenuado mediante el uso de lenguaje rebuscado.
¿Cómo se aplica suavizante al discurso?
El Consejo no dice que ahora hay más pobres en territorio nacional, habla de un aumento del número de personas con ingreso inferior a la Línea de Pobreza por Ingresos.
Para las autoridades, y sus órganos técnicos, decir las cosas como son no es moneda corriente si el asunto es reflejar la realidad mexicana, menos aún cuando el tema a versar es la sempíterna lucha contra la estrechez.
Dar a la pobreza trato de número exime de ponerle rostro. Que eso lo hagan otros, los periódicos, o alguna oenegé.
La tarea reclama estar hecho de otra pasta.
Sabemos que está ahí, en el hogar de los vecinos, en esos barrios que nunca visitamos, incluso en nuestras vidas, pero reconocerla duele.
Mirar para otro lado, de algún modo, ayuda a vivir, pero desinteresarse por completo de su existencia, perfeccionar la ceguera selectiva que difumina al pobre, da al traste con lo que significa ser humano.
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