La Comarca Arrakiana, el planeta de los grandes esfuerzos

La semana pasada se estrenó en México la nueva adaptación cinematográfica de Dune, novela de ciencia ficción escrita por Frank Herbert en los años sesenta.

Para quienes no estén familiarizados, esta saga se resume ‘rancheramente’ en dos palabras: corrupción interespacial.

La historia comienza cuando la casa de los Atreides es enviada al planeta Arrakis, también conocido como Dune, para fiscalizar la melange, también llamada especia, un elemento importantísimo de comercio interplanetario.

No me interesa hablar del héroe de esta historia, Paul; tampoco de su mentora y madre, Jessica; ni siquiera sobre los estragos que produce la comercialización de la melange, una alegoría del petróleo.

Entre los miles de aspectos interesantes de la obra destaco la vida de los fremen, los nativos de Arrakis, y cómo los malos manejos burocráticos los han orillado a vivir en condiciones hostiles, en las que el agua es nula y, por ende, es un bien más preciado que el oro.

La situación de ese planeta no es muy ajena a la nuestra. En sí, la problemática del agua en La Laguna (y no sólo en esta zona, sino en varias más del país y del mundo) parece un excelente argumento de ciencia ficción: un lugar desértico casi perdido en el mapa cuyo nombre hace referencia a depósitos naturales de agua, donde se ha instalado una de las más importantes compañías lecheras del país, la cual se abastece de los mantos acuíferos de la región. Debido a los malos manejos políticos, las consecuencias para los pobladores son terriblemente esperadas: desabasto completo o parcial del vital líquido, sobre todo en áreas como el poniente de Torreón.

El gobierno dice que sí hay agua. Quizá se encuentra oculta en el fondo de la tierra y algún día será liberada para hacer del Planeta Lagunero, un lugar donde, mínimo, no se distribuya agua al tandeo.

A lo mejor sí la hay, pero no se organiza de manera correcta ni se consulta a expertos para llegar a soluciones estratégicas. A lo mejor sí la hay, y somos unos ciegos que no queremos ver.
A esta enigmática historia laguneresca de ciencia ficción hay que agregarle los testimonios de los pobladores.

La respuesta es unánime: desabasto. La poca agua existente contiene dosis de arsénico. Es imposible beber de la llave sin pescar una buena infección. Desde finales de los noventa a la fecha no hemos dejado de tomar agua embotellada.

El problema es que hasta el momento no se ha dado una solución. Tampoco va a llegar el mesiánico Paul Atreides, y ni siquiera los laguneros podremos domar a los gusanos de arena (creo más en domar las tolvaneras, eso sí). No existe un consejo de brujas intergalácticas que influyan en el cambio para que mágicamente se haga llegar agua a todas las comunidades de la región.

Falta agregar a esta obra ficcionaria, un bizarro panorama pandémico.

Sería maravilloso pensar que todos los pobladores tuvieran un estímulo para comprar un destiltraje (un equipo especial para reciclar agua del cuerpo) y sobrevivir así al desabasto.

Mucho más milagroso sería que se deje de cobrar por el servicio o se reduzcan las tarifas. Eso es una utopía.

La ficción es un reflejo de la realidad. Juan José Saer lo dijo en su libro El concepto de ficción: “No se escriben ficciones para eludir, por inmadurez o irresponsabilidad, los rigores que exige el tratamiento de la “verdad”, sino justamente para poner en evidencia el carácter complejo de la situación”.

El argumento lagunero embona a la perfección. No queda más que encasillar esta historia en una comunitaria, donde el personaje principal son los pobladores, como una especie de Fuenteovejuna ciberpunk.

Ahí se encuentra la voz del héroe, en la unión social de los lagufremen, no en un elegido que venga a devolvernos el agua.

La corrupción interespacial en la Comarca Arrakiana no es tan ajena como se piensa.

Foto de portada por Patrice-Photographiste disponible en Flickr (CC).