Hitlerizando ando

AMLO VS ALAZRAKI

Francisco Valdés Perezgasga

Es bien sabido que cuando en una conversación, del tema que sea, sale a relucir Hitler como parámetro del argumento o del oponente dialéctico, es señal inequívoca de que ya se perdió el enfrentamiento.

Es llevar la discusión a un callejón sin salida ni resolución. Esto se debe, creo, a que el régimen nazi encabezado por Hitler constituye la esencia absoluta del mal.

Por alguna razón me interesa el tema de la historia de la Segunda Guerra Mundial y, en particular, del Holocausto.

No se requieren conocimientos profundos para ver que el exterminio masivo de civiles —mujeres, niñas, niños, hombres— despreciados por la ideología nazi —judíos, comunistas, homosexuales, minusválidos, gitanos— es una singularidad histórica cuya enorme maldad paradójicamente sacraliza el tema.

Por esa razón me niego a ver la película La vida es bella, que banaliza de una manera ahistórica un episodio de maldad demasiado cercano a nosotros.

Por cierto, recién leí un libro demoledor que tan sólo se centra en una fotografía, en una brevísima fracción de segundo de este crimen sin orilla: The Ravine: A Family, a Photograph, a Holocaust Massacre Revealed (El barranco: una familia, una fotografía, una masacre del Holocausto revelada), de Wendy Lower.

Relata la autora, historiadora ‘usamericana’, como se topó con una fotografía depositada en un archivo de Praga.

La foto muestra una mujer cayendo a una fosa, un niño de cuatro o cinco años cayendo con ella, tomado de su mano izquierda, y parte de un bebé que la mujer carga en su brazo derecho.

Detrás de ellos está un guardia ucraniano que acaba de accionar su rifle. El humo del fusil oculta la cara de la mujer. Detrás están los oficiales alemanes presidiendo el horror.

Lower se dedicó cerca de diez años a descubrir dónde fue tomada la foto, quién fue el fotógrafo, la identidad de quien disparó y de los oficiales nazis, pero, sobre todo, quiénes eran las víctimas.

La investigación sobre una escena nos descubre el drama mayor de la primera fase del Holocausto, el llamado “Holocausto de las balas”, pues los civiles indeseables para el régimen eran aniquilados a balazos.

Fue hasta 1942, en una conferencia de altísimo nivel a orillas del lago Wansee, cuando se decidió industrializar la masacre con gases venenosos y hornos crematorios.

Esta conferencia, que los nazis se esforzaron —sin éxito— de mantener en secreto, es relatada de manera magistral en la película de 2001, Conspiración, de Frank Pierson (disponible en una plataforma de streaming cerca de usted).

Otros rasgos gruesos del drama surgen del estudio puntual de una fotografía. La colaboración de la derecha ucraniana, la vida de las comunidades judías en las ciudades y aldeas de Ucrania.

La manera tan descuidada en que se persiguió —o no— a los responsables de estos crímenes en los años posteriores al horror.

Los oficiales nazis de la foto, plenamente identificados mucho antes de la investigación, en 1962, nunca fueron investigados ni castigados.

Por la enormidad de los crímenes de Hitler, con la complicidad no solo de los miembros del partido nazi, sino de casi todo el pueblo alemán, no debe ser banalizado o desacralizado.

Volverlo irrelevante es un pecado que nos llevará a reproducir ese infierno.

Por eso no está bien que nadie, incluyendo a Carlos Alazraki, compare a nadie más con Hitler, así sea una figura autoritaria como el presidente.

Pero esta falta es magnificada cuando alguien desde una posición de poder lo hace contra un ciudadano que no piensa como él.

La asimetría implícita en estas hitlerizaciones es brutal. Hecha desde el poder, de hecho desde el poder más grande del país, es inadmisible y censurable.

Que Andrés Manuel López Obrador haya hitlerizado a un ciudadano judío y mexicano es de una imbecilidad y de una crueldad sin par.