Las campañas para la elección en Coahuila terminaron, el día D está por llegar y la ciudadanía tendría que escoger la mejor opción que la gobernará los próximos 6 años en Coahuila, pero no será así porque lo único que dejaron los actos proselitistas fueron un hartazgo hacia el sistema político.
Durante 60 días vimos a cuatro candidatos que aspiran a gobernar la entidad prometer de forma desmesurada, descalificarse mutuamente y vender verdades a medias. Además de un indignante gasto de casi 68 millones de pesos en estos actos, según reportó el Instituto Nacional Electoral (INE).
El único hecho seguro es que las elecciones del domingo cuatro de junio vendrán a dejar una estela de decepción y enojo hacia la clase política actual. Esto podría traducirse por desgracia en una participación reducida que vendrá a beneficiar al casi centenario priismo coahuilense.
Coahuila está a nada de convertirse en el estado con 100 años de un partido en el poder y eso no es para nada sano, ¿por qué llegamos a este punto?
Hace un año las cosas parecían diferentes. Morena seguía ganando terreno en diferentes estados y todo hacía suponer que llegaría una añorada alternancia política, pero más de forma porque desde entonces todos los aspirantes que pintaban a una candidatura opositora habían tenido alguna relación estrecha con el tricolor.
Sin embargo, el paso de los meses abrió una férrea disputa interna en el partido guinda y dejó como vencedor del método interno al senador con licencia Armando Guadiana Tijerina. Desde diciembre pasado, el ex subsecretario Ricardo Mejía Berdeja y él, entraron en una guerra de poder y representatividad de la autodenominada Cuarta Transformación.
Guadiana al final se impuso y Mejía Berdeja tuvo que buscar la candidatura por el Partido del Trabajo. Prácticamente toda la campaña hubo una guerra entre ellos sobre quién era más corrupto o traidor.
En ambos aspirantes saltan a la vista puntos cuestionables. Por ejemplo, el senador y sus intereses mineros que perpetúan un sistema económico hostil en el estado y una campaña llena de mofas y poca seriedad en torno a las problemáticas de la entidad. Mejía Berdeja, por su lado, optó por culpar de todo al PRI, pero su pragmatismo político y “chapulineo” en cinco partidos diferentes fue perfecto para que sus contrincantes lo atacaran.
Desde la dirigencia nacional morenista tuvo que intervenir Mario Delgado Carrillo para obligar al PT de abandonar a Mejía y sumarse al proyecto de Guardian Tijerina. En este caso, como en el del Partido Verde, hay algo común: la simulación.
TITIRITEO
Es irrisorio creer todo esto, pues en el Estado de México ambos partidos nunca cuestionaron su permanencia en una alianza morenista. Las declinaciones a menos de una semana de la jornada electoral lo comprueban, pues legalmente es imposible transferir votos y siendo realistas estas fuerzas políticas nada representan en Coahuila.
El Partido Verde fue títere del priismo en diferentes ocasiones y para muestra hace un sexenio que formó parte de la alianza que llevó a Palacio Rosa al hoy gobernador Miguel Riquelme. El PT tampoco pinta y en esta ocasión si fuera a ganar un registro estatal era más por el personaje que llevaba de candidato.
Desgraciadamente poco se piensa de los fenómenos políticos fuera de la capital del país y pretende desdibujarse la historia del norte.
OTROS ACTORES DE LA SIMULACIÓN
Otras candidaturas como la de Lenin Pérez Rivera por la alianza Rescatemos Coahuila -integrada por el Partido Verde y la Unidad Democrática- también abonaron a la simulación en el proceso electoral, pero que merece análisis.
El acuñense representa a una fuerza política con casi 30 años de existencia en el estado que podríamos definir como el “Partido Verde Coahuilense”, pues según su conveniencia ha acompañado en candidaturas comunes a candidatos priistas, panistas y hasta morenistas.
En esta ocasión, Lenin Pérez dijo que ante la falta de acuerdos con Morena optaron por una candidatura en solitario. La UDC tiene alta representatividad y presencia en el norte del estado, pero no lograría impulsar una candidatura que diera batalla a nivel estatal porque nunca se han preocupado por salir de ese nicho. Lo más lógico en este caso es prestarse al juego de “divide y vencerás” y más al unirse con su símil nacional en alianza.
Sin embargo, el punto más relevante de este proceso electoral fue la oficialización de algo que ya muchos sabían: el amasiato político entre el PAN y el PRI.
La alianza de estos dos partidos con el PRD es un insulto a la población coahuilense que hace un sexenio salió a las calles de las cinco regiones para repudiar el resultado que dejó como gobernador a Miguel Ángel Riquelme Solís. La confrontación del blanquiazul y el tricolor fue sólo de palabra, pero por desgracia miles de coahuilenses les creyeron.
Hablo de oficializar la alianza porque si algo ha caracterizado al panismo coahuilense es que ha perdido figuras desde hace más de una década y que saltaron al priismo. Basta con revisar perfiles allegados a Miguel Riquelme o que fueron colocados durante este sexenio en puestos clave del Poder Judicial.
En 2017 las elecciones dejaron un congreso estatal dividido, oportunidad histórica para el panismo y poder colocar en agenda temas como la megadeuda. Su tibieza y sometimiento al gobernador fue su perdición en cuanto a simpatías, pues el PAN se colocó como tercera fuerza en las elecciones de 2021.
Ahora el candidato de la alianza, Manolo Jiménez Salinas, representa una cara joven a la vista, pero con antecedentes priistas y mañanas muy arraigadas. La carrera del ex alcalde de Saltillo creció prácticamente al paralelo de los sexenios de Humberto y Rubén Moreira, además de que prácticamente toda su campaña fue oculta y bien cuidada para no dañar el margen que le dieron desde el comienzo las encuestas.
Por más que pretenda deslindarse de estos personajes no puede. En esta elección también va por la reelección Álvaro Moreira y esto derrumba el desmarque que hizo en abril pasado cuando aseguró que “el Moreirato ya no existe”.
Con todo esto encima tenemos que decidir algo el próximo domingo. El desánimo y enojo están a flor de piel en más de uno, pero la teoría dice que seamos buenos ciudadanos y salgamos a votar.
No pretendo desincentivar el voto, al contrario, estoy a favor de sufragar, pero no permitamos que toda nuestra fuerza quede en un acto protocolario cada 6 años y evitemos que historias como la tragicomedia coahuilense continúen. Nos toca elegir entre el mal menor o una expresión ciudadana de repudio diferente, sin que esto signifique un cheque en blanco para los próximos 6 años. La pregunta sería: ¿cuál es el menos peor?