Francisco Valdés Perezgasga
El domingo 2 de enero de 2022, 22 personas, mujeres, hombres, niñas y niños, de edades entre los 4 y los 69, de las más diversas ocupaciones y oficios, nos dimos cita para ir a contar aves en el Cañón de Fernández. Suena simple, pero hay una gran historia detrás de este conteo.
En el siglo 19 solía haber una competencia tradicional entre personas, generalmente hombres, aficionados a la cacería, que consistía en salir al campo el 25 de diciembre y matar todo aquel animal que se les atravesara.
Todo animal. No sólo aquellos eufemísticamente llamados “de importancia cinegética”, sino todo lo que corriera, nadara o volara. El grupo con más cadáveres al final del día era el ganador.
Un grupo de personas vieron que eso no era correcto y decidieron iniciar una nueva tradición en el año 1900: la del Conteo Navideño de Aves.
Se traza un círculo de veinticuatro kilómetros de diámetro (15 millas) y se cuenta toda ave avistada dentro de ese perímetro. Año tras año sin cambiar el círculo.
Ese primer año se realizaron 25 conteos, el más oriental en Ontario y el más occidental en California. Vieron en total 90 especies.
Esta nueva tradición ha cambiado. Ya no se realiza exclusivamente el 25 de diciembre, sino el día que cada coordinador de círculo decida entre el 14 de diciembre y el 5 de enero.
También, esta nueva tradición ha crecido. El invierno pasado se contaron aves en dos mil 459 círculos. De esta cantidad, mil 842 fueron en territorio estadounidense, 451 en Canadá y 166 en Latinoamérica y las islas del Pacífico.

Visto desde fuera, el conteo navideño puede ser visto como algo extraño, incluso loco. ¿Qué chiste tiene salir en medio del invierno y contar aves? ¿Con qué objeto?
Siendo sinceros, la misma observación de las aves puede verse como un pasatiempo extraño, incluso loco.
Los conteos tienen una gran importancia. Son el ejercicio de ciencia ciudadana más extendido y más antiguo.
Uno puede tener la impresión, totalmente incorrecta, de que la ciencia es cosa de los científicos. Que los científicos son hombres, por supuesto, calvos, barbones, con lentes y mirada distraída, vestidos con batas blancas y refundidos en los laboratorios.
La ciencia ciudadana reivindica la ciencia como una actividad en la que todo el mundo puede participar generando conocimiento nuevo, importante, usando su tiempo, su talento, su imaginación y su propio equipo. Hombres y mujeres, niñas y niños.
Los conteos navideños han generado tal volumen de datos que se pueden ya descubrir tendencias interesantes en las poblaciones de las aves y, a través de estas tendencias, ubicar amenazas y peligros para nuestros ecosistemas y para nosotros.
La Sociedad Audubon, una de las organizaciones ciudadanas más antiguas del mundo, coordina esta actividad.
Recientemente ha producido documentos clave como el Reporte sobre el Cambio Climático que luego ha sido incorporado por la EPA (agencia gubernamental usamericana sobre el medio ambiente) para advertir sobre lo que se nos viene encima.
Igualmente, el Reporte sobre las Aves Comunes en Declive ha sonado la alarma sobre el peligro que se cierne sobre las aves más conocidas y queridas por el público en general.
Pero vuelvo a la imagen de 22 personas de todas las edades contando aves en el Cañón de Fernández en medio del invierno.

Le puedo decir —y cualquiera de los participantes lo reafirmaría— que fue una actividad divertida, recompensante, llena de enseñanzas y placer. Viéndolo desde fuera pareciera que no, pero sí.
Sucede que lo que contábamos no eran pinos de boliche, ni piedras, ni latas de cerveza. Contamos seres maravillosos y diversos. Hermosos, veloces, llenos de gracia y capaces de sentir.
Contamos aves. Seres en constante comunión y relaciones complejas con su medio y con sus semejantes, en comunión con el majestuoso Cañón de Fernández.
Aves conocidas, de todo el año y aves visitantes, incluyendo una hembra de Mergo mayor, un pato grande y elegante, ave norteña que nunca se aventura a latitudes tan sureñas como el Cañón de Fernández. La estrella del día.

Nuestro conteo iba más allá del uno, dos, tres. Nuestro conteo tenía intención. Documentar —y seguir documentando— la riqueza avifaunística del Cañón de Fernández.
Fue un acto de reciprocidad. Diría que una actividad amorosa, política incluso. Nos animaba una corriente profunda de amor y rebeldía. De amor por un sitio y sus habitantes que tanto significan para cada uno de nosotros y de rebeldía contra el colapso que está sufriendo el mundo natural, el que nos da soporte, en este planeta que arde.
La riqueza que documentamos, y que seguiremos documentando en los años por venir, es importante, significativa. En menos de un día documentamos la presencia de 85 especies de aves y mil 417 individuos de todas esas especies.
La plataforma naturalista.mx constata, con fotografía, la presencia de 171 especies de aves en el polígono del parque en poco más de diez años. Como contraste, el plan de manejo, documento oficial que sirve de guía para el cuidado del sitio, afirma que solo 74 especies de aves existen en este sitio maravilloso. Una pobreza inexplicable y peligrosa.
Foto de portada: Pato boludo menor (Aythya affinis) en el Cañón de Fernández, por Francisco Valdés Perezgasga.