La semana pasada, una conocida publicó una imagen en su muro de Facebook que retrataba los bolardos recién colocados sobre un tramo del bulevar Independencia. El copy de la publicación decía: “Y estos pa’ qué son?”. Muy pronto llovieron las críticas y comentarios con gran sentido del humor, algunos de los cuales aseguraban que se trataba de lápidas que la administración de Román Alberto Cepeda colocaba para asegurar su sepultura.

Rápido corroboré con mis propios ojos los hechos: reparé, primero, en que los bolardos –o sea, las lápidas– a los que les habían impreso el logotipo de la administración podían compararse con los perros que cuando están en la calle deben marcar su territorio. Sé que el símil no es acertado porque la naturaleza del can es orinar para marcar, pero desde hace varios años tengo la certeza de que los funcionarios públicos se dedican a marcar territorio, a imponerse sobre lo que otros hicieron pero, sobre todo, sobre sus ciudadanos.
Lo segundo que advertí mientras circulaba en mi auto fue que algunos peatones apresuraban el paso para poder cruzar un sentido de la avenida ante la característica indolencia vial que reina en esta ciudad; sólo que antes de conquistar el camellón debían anticipar el cálculo para caer en alguno de los míseros espacios restantes entre lápida y lápida.

Ante la andanada de críticas, el director de Obras Públicas de Torreón, Juan Adolfo Von Bertrab, salió a decir que la función de los ¿bolardos? era proteger a los peatones, los ciclistas y la propiedad de otros vehículos, es decir, favorecer la seguridad vial. Yo le pregunto al señor Von Bertrab si ha caminado varios puntos de esta ciudad, especialmente los cruceros en bulevares y vías rápidas, como el Independencia que tiene cuatro carriles para automóviles en cada sentido, vueltas continuas a la derecha y ningún semáforo para peatones. Si camina a diario esta ciudad y no sólo por su colonia. Yo francamente no creo que lo haga porque si algo ha caracterizado a esta administración ha sido la inversión en obra pública para favorecer el uso del automóvil y restarle espacio a los peatones, especialmente a las infancias, personas de la tercera edad, ciclistas y discapacitados –especialmente invidentes o personas en sillas de ruedas. Prueba de ello es la imposición del Sistema Vial Cuatro Caminos y el Paso Villa Florida, que en su conjunto suman más de 520 millones de pesos de inversión pública.
Me pregunto también si el mencionado funcionario público, así como el alcalde Román Alberto Cepeda, se rigieron por algún estudio o si sólo improvisaron. Como “el león cree que todos son de su condición” desde su filtro de privilegios y su sentido común hicieron lo que ellos estiman que es la seguridad vial. Una checadita a la nueva Ley General de Movilidad y Seguridad Vial no hubiera estado mal. Se supone que estos funcionarios deben ser personas serias y capacitadas que medien y dialoguen; una consulta a los colectivos de ciclistas y peatones, a las organizaciones que promueven la construcción de una ciudad digna e incluyente tampoco hubiera estado mal.
Que los señores Von Bertrab y Román Cepeda salgan y expliquen con evidencia por qué esos bolardos con sus logos garantizan la seguridad vial o si en realidad se pensaron para reproducir lo que algunos urbanistas han llamado “arquitectura hostil”.

En lugar de lápidas grises y solemnes pudieron haber plantado árboles nativos –y de paso reforestado–, así como ensanchado el camellón para evitar restarle espacio al peatón.
Me pregunto si no es una estrategia más de un tipo de arquitectura que en los últimos diez años ha ido apareciendo en algunas zonas de las ciudades, como en la Ciudad de México, en la que se construyen camellones que impiden el libre desplazamiento, se diseñan banquetas asimétricas para evitar que pernocten las personas sin hogar, se colocan ornatos de herrería en algunos sitios, especialmente afuera de los bancos o centros comerciales para evitar que las personas se sienten a descansar en un día de sed y sol.
Esta arquitectura segregacionista tiene como mensaje el desprecio a la persona que se desplaza por el espacio público. Nos dice claramente que no pertenecemos a ese lugar, que la ciudad no es nuestra, que mejor nos vayamos.
¿Qué mensaje nos dan las lápidas –perdón, los bolardos– sobre el bulevar Independencia? ¿Qué mensaje le dan al señor que en el cruce con la calzada Colón vende mandarinas, guayabas y flor de calabaza para llevar diariamente el sustento a casa?