Varias veces he intentado hacer una cuenta de todas las clases en línea que he tomado desde que comenzó la pandemia.
No la he completado porque en algún punto del conteo me cuestiono sobre la utilidad y la motivación que encierra hacer semejante lista (lo mío, lo mío, es el overthinking).
Curiosamente esos aspectos no tengo ni que preguntármelos a la hora de apuntarme a un nuevo curso. Para mí el aprendizaje siempre es, más que útil, vital, y una motivación en sí mismo.
Mi mal hábito de darle mil vueltas al asunto me ha llevado a pensar en diversas aristas de la educación y de los procesos de enseñanza-aprendizaje.
Tal vez por eso en las últimas semanas he puesto más atención a las opiniones que la gente tiene acerca de estos temas, así como a los comentarios que hacen acerca de cómo ha sido su experiencia al respecto durante este 2020.
Hace semanas, por ejemplo, me topé con un breve video podcast en Instagram donde los conductores comparaban, en términos de costo-beneficio, la educación formal en universidades con los talleres, tutoriales y las múltiples posibilidades de formación en línea.
Uno de ellos reducía la experiencia universitaria a la red de contactos que puedes cultivar ahí. Aludía a los miles y miles de pesos ‘malgastados’ en algo que puedes obtener de otro modo. No sé por qué sospecho que hablaban de instituciones privadas.
El otro era un poco más mesurado y decía no estar tan seguro de ‘tirarle’ a las universidades. Aún así no tuvo reparos en decir que la mayor enseñanza de la universidad fue saber que había gente con la que no quería trabajar.
Si me preguntan a mí, no veo la necesidad de poner a competir los distintos esquemas educativos, pueden coexistir, como lo han hecho hasta ahora y, lo mejor, nosotros podemos aprovechar todos aquellos que estén a nuestro alcance.
Pero sí reconozco que llevaba harto tiempo pensando que la educación universitaria necesitaba renovarse en muchos sentidos.
Y que conste que no me refiero a cambios que obedezcan a una lógica utilitarista.
Sería crucial que se hiciera lo posible por promover, propiciar, alimentar el amor por el conocimiento.
Quiero pensar que la pandemia es ese empujonsote que requerían las instituciones para reinventarse, ya las orilló a adaptarse para sobreponerse a los obstáculos que supone no estar en las aulas. Creo que eventualmente avanzarán en otros aspectos. Tienen que.
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