Su nombre es un homenaje al escritor uruguayo Juan Carlos Onetti. La música del término “astillero”, sedujo a Ruth Castro al punto de que decidió bautizar así a un proyecto que, desde un principio, tuvo claro el propósito de ser mucho más que una librería.
Hace poco más de ocho años, en el centro de Torreón, a cuadra y media de Plaza Mayor, rumbo al poniente, abrió sus puertas la referencia física de este esfuerzo por dotar a la ciudad de un referente alternativo en materia cultural.
Siempre girando alrededor de la palabra, tanto escrita como hablada, El Astillero dotó al deprimido sector de la ciudad de un espacio donde no sólo se vendían libros. Presentaciones de libros y revistas de corte cultural, conversatorios, conferencias, talleres, círculos de lectura, cursos de redacción, lecturas colectivas y más actividades se convirtieron en señas de identidad del 559 poniente de la Morelos.
Escritores, periodistas, promotores culturales y activistas, entre otros, acudieron a ese local a presentar sus obras, a promover diálogos, a elaborar proyectos.
Sin embargo, los principales beneficiados fueron los lectores.
Y es que en El Astillero encontraron un punto de encuentro, un sitio donde las palabras te rodeaban y te brindaban la seguridad de que podías explorar historias pulidas por los autores favoritos y los escritores por descubrir.
La charla, desde culta hasta socarrona, también se hizo de un lugar donde podías, situado frente a una taza de café y el interlocutor en turno, emprender el diálogo bajo los mejores auspicios.
Entre esas paredes desfilaron, además de voces literarias, esfuerzos didácticos y sociales; no sólo se hablaba de narrativa o de poesía, también de equidad y de empoderamiento, de las víctimas de la inseguridad y de los migrantes, de sexualidad y de filosofía, por ejemplo.
El Astillero se convirtió en el lugar donde podías encontrar la obra de los creadores laguneros. Hay quienes compraron allí su primer libro de Saúl Rosales, Jaime Muñoz Vargas o Vicente Alfonso, entre otros.
El talento de ilustradores, artistas plásticos y diseñadores también halló una vitrina para exhibirse en el 559 poniente de la Morelos.
A finales del año pasado, la marca El Astillero abandonó su espacio físico. En el local se mantendrá esta vocación por la palabra tanto hablada como escrita.
Ocho años y medio pueden sonar a mucho o poco tiempo según se vea. En materia lectora, equivalen a varias vidas, o bien a una travesía intangible llena de argumentos, personajes, vueltas de tuerca, ideas nuevas, el descubrimiento del otro, o de los otros, y más, mucho más.
El Astillero se muda al orden digital
El Astillero no desaparece. Sigue con la venta de libros en línea y sus otras vertientes: los servicios editoriales, las actividades de promoción de la lectura, el trabajo dirigido a la formación de comunidades de lectores.
Las dinámicas que ha instalado en el centro de la ciudad, tampoco pierden su lugar. Las puertas del 559 de la Morelos seguirán abiertas al talento local y foráneo, y el establecimiento seguirá girando, aunque ya no completamente, alrededor de la palabra tanto escrita como hablada.
Inquietos, necios, perseverantes, incluso románticos, emprendedores de la cultura escrita como Ruth Castro o Fernando de la Vara, quien permanece en el local en cuestión, demuestran que el deseo de formar una Laguna lectora siembre cobra un nuevo aliento, uno que a veces se bifurca, pero no pierde, sino que transforma, sus ímpetus.
Ahora, esa etapa del proyecto iniciado por Ruth Castro, promotora cultural y editora, ha terminado. Ya no es más el espacio físico de El Astillero
El local en cuestión seguirá siendo un lugar al que se puede ir a comprar un libro y a tomarse un café o asistir a alguna actividad literaria, pero tendrá otra identidad.
Sus redes sociales, su página web, su venta de libros a domicilio con envíos a toda la República Mexicana permanecen. También funcionará como tienda de libros selectos en un espacio del Café Casa Juárez.
“Viene un cambio en la dinámica, pero no drástico. Sigo recomendando libros, de hecho es algo que hago todo el tiempo, en persona, por redes sociales, en los programas a los que soy invitada, o si me piden una colaboración para algún evento o alguna actividad”, comenta Ruth Castro.
LAS PATAS DE LA MESA
La venta de volúmenes letrados en un espacio físico era sólo un componente del proyecto. Desde el inicio, El Astillero fue concebido como “mucho más que una librería”, con varias facetas en torno a la palabra escrita, que trabaja con ella de distintas maneras. La marca mantiene su carácter de agencia de servicios editoriales.
“Atendemos las dudas de quienes desean publicar un libro, cotizamos el registro de derechos de autor, el ISBN (el código único del libro), la corrección, la edición, el diseño, la impresión”, explica Ruth Castro, quien ya tiene más de 15 años de experiencia con la producción de títulos.
Mudarse al orden digital, reitera, no afecta sustancialmente a esta marca que “Yo me preguntaba, a propósito de los componentes el proyecto, ¿qué es lo que no me gustaría dejar de hacer?, y la respuesta no es la venta de libros o la edición, en verdad lo que quiero hacer por siempre es tener círculos de lectura”.
Ruth dará continuidad a los círculos para lectores y los talleres de redacción con el sello de El Astillero. La pandemia por Covid-19, comparte, permitió probar la forma en línea o híbrida.
“Ahora atendemos grupos tanto presenciales como en línea, en el Café Casa Juárez, por plataformas, y seguiremos programando actividades con autores que están en otras ciudades u otros países”, indica Ruth.
LIBRERÍA FLUIDA
Con su mudanza al orden digital, El Astillero se convierte en una “librería fluida”, un nuevo concepto que hace referencia a las tiendas de libros que hacen la transición hacia la esfera informática, o incluso nacen así. Son negocios letrados que no necesitan de un espacio físico al que acuden las personas a elegir un ejemplar entre los estantes.
El nuevo orden se vale de mecanismos digitales, como las redes sociales, para interesar a los lectores en los títulos. A través de esos medios, el potencial comprador hace las preguntas que necesita, como el precio, la disponibilidad, las formas de pago o el tiempo de entrega.
Para Ruth Castro, centrarse en la esfera informática, permitirá que El Astillero se convierta en una librería especializada.
“Ofreceremos una selección por temas que me interesan bastante; será para clientes que comparten mi pasión por esos temas. En México hay varias librerías especializadas, pienso en Exit que es una librería especializada en libros de arte, o El Insulto, donde venden libros eróticos y sólo puedes entrar con previa cita”, explica Ruth.
Agrega que esto es una tendencia en el sector de las librerías: el surgimiento de negocios basados en la venta de títulos especializados y de nicho. Cuando se tiene una tienda abierta en un espacio físico y hay que pagar todos los gastos que implica es obligado ampliar el catálogo para que se sostenga.
“Ya no se va a atender una tienda abierta por muchas horas al día, se hará una selección de material y vamos a poner más atención a las reseñas para presentar las obras de otro modo”, dice la fundadora de ElAstillero.
TRANSFORMACIÓN
Adaptarse a una nueva realidad y a nuevas generaciones de lectores es el desafío de esta marca que trabaja con la palabra escrita.
Por más que se trate de un proyecto cultural, tiene claro Ruth, es un negocio y debe mantenerse.
“Si quieres que perviva la idea que estaba desde su origen, entonces hay que irla adaptando, y eso implica transformarse”, comenta.
Para aquellos a quienes gustaba mucho la conjunción de local, ubicación, café y libros, en el 559 poniente de la avenida Morelos se mantiene una opción que, con otro nombre, reúne esas señas de identidad.